Octavio Paz, Leonora Carrington, Juan Soriano, Fernando Botero y Mario Vargas Llosa son algunos de los personajes célebres que han posado ante su lente. El resultado es tan particular que es imposible describirlo de otra manera: es el sello de Juan Rodrigo Llaguno.
Hablar con él, sobre su proceso creativo, es entender que cada retrato tiene una historia detrás.
“La sesión de fotos es lo más corto, la conversación previa es lo más importante”, comenta, para luego destacar que el trato y la conexión con la persona retratada son claves para obtener el resultado que busca.
Además de aparecer en catálogos, libros y revistas, su obra se ha expuesto en galerías y museos de México y otras partes del mundo. Recientemente, formó parte de la colectiva fotográfica “El futuro no está escrito”, en el Museo MARCO.
“Cada retrato es una aventura nueva. Cada individuo tiene su propio lenguaje, su propia energía. Si intentas aplicar la misma fórmula a diferentes personas, el retrato pierde autenticidad. Eso es lo que me motiva, la búsqueda constante de una forma única de representar a cada ser humano”, señala.
Nace un retratista
No proviene de una dinastía de fotógrafos, pero sí de aficionados al lente. Juan Rodrigo Llaguno cuenta que creció viendo a su abuelo y a su padre con cámaras alrededor del cuello, listas para capturar la cotidianidad familiar, en la década de los 70.
“Empezó como un juego. A los seis años me regalaron una cámara, y así comenzó todo”, dice.
En algún momento, el gusto se volvió vocación. Estudió Comunicación en la Universidad de Monterrey y después viajó a Nueva York y París para estudiar fotografía. Mientras buscaba su propio lenguaje y exploraba las posibilidades de esta disciplina, descubrió su fijación por el retrato.
“Veía una persona a lo lejos, sentada en una banca, y decía ‘yo quiero saber cómo se llama, cómo es su tono de voz, a qué se dedica’. Fue una transición difícil, de tomar fotos sin que se dieran cuenta a pedir permiso de hacerles un retrato”, comenta.
Tras estudiar y maravillarse con el trabajo de grandes retratistas como Richard Avedon y Diane Arbus, decidió enfocarse en este género, donde ha labrado un prestigio. Simplemente, sus obras tienen un sello indiscutible.
“Decidí retratar mi época, a mis contemporáneos, a través del acto del retrato. Y es lo que he venido haciendo por más de 30 años”, señala en su estudio, ubicado desde hace años en el casco histórico de San Pedro.
Juan Rodrigo y su proceso creativo
Se trata de un proceso en el que tanto el fotógrafo como el retratado participan activamente, explica.
“El retratado debe estar consciente de que está participando en una fotografía, porque para mi gusto, al ser conscientes de ello, hay una transformación, un cambio, y es lo que me interesa registrar”, señala.
También gusta de documentar a figuras anónimas, como es el caso de su proyecto “El Parque”, una serie de retratos de nanas y niños en una plaza sampetrina.
“Con personas famosas, el reto es que generalmente te dan muy poco tiempo. A veces solo tienes 10 minutos para retratar a alguien. La clave es lograr que el retratado entienda que no se trata de una foto más. Eso hace toda la diferencia”, agrega el artista.
En cuanto a los entornos donde realiza su trabajo, Llaguno es un maestro del espacio: ha logrado transformar cualquier espacio en un set de trabajo donde la intimidad y la conexión son fundamentales.
De lo análogo a lo digital
En sus años de trabajo, Llaguno también ha sido testigo de la transición de la fotografía analógica a la digital. Aunque ha adoptado las nuevas tecnologías, no ha renunciado a la película, que sigue utilizando en ciertos proyectos, especialmente aquellos que requieren un mayor impacto emocional o artístico.
“Cada tipo de fotografía tiene su magia. La digital es muy práctica, pero la película tiene algo especial, una textura y una profundidad que a veces la digital no logra replicar”, explica.
Aunque reconoce las ventajas del mundo digital, como la democratización del medio y su accesibilidad, Llaguno señala que la rapidez con que se toman cientos de imágenes sin ser conscientes de la calidad, es un problema real en la era moderna.
“La cámara es una herramienta, pero el ojo es lo que cuenta”, afirma. Para él, lo más importante es el lenguaje visual que el fotógrafo construye con el tiempo.
De hecho, la curva de aprendizaje, según el fotógrafo, no está en dominar una cámara, sino en aprender a decir algo a través de ella. Es allí donde entra el concepto de la cultura como eje fundamental.
La cultura es primero
Al igual que el arquitecto Luis Barragán, quien se inspiraba en la poesía para diseñar sus espacios, Llaguno sostiene que un buen fotógrafo debe sumergirse en la literatura, el cine, la música y todas las artes para poder transmitir algo profundo en sus imágenes.
Llaguno también reflexiona sobre la importancia de entender la historia de la fotografía. El contacto con el trabajo de grandes maestros, como Manuel Álvarez Bravo, es clave para comprender el lenguaje y los estilos que han marcado la disciplina.
“No puedes hacer fotografía sin conocer su historia”, dice.
Para los jóvenes que quieren iniciarse en el mundo de la fotografía, Llaguno tiene un consejo claro: “La cultura es lo primero”. Insiste en la importancia de nutrirse de todas las disciplinas artísticas, de ser sensible al mundo que nos rodea, para poder crear algo verdaderamente único.
Documentar el presente
Llaguno reconoce que la fotografía, como todo arte, está llena de altibajos. No siempre se logran los resultados esperados, y hay sesiones que, aunque técnicamente correctas, no capturan la esencia del momento.
Sin embargo, esa es precisamente la belleza de la fotografía: “El arte es un proceso. Hay días en los que no logras transmitir lo que querías. Pero es esa constante lucha lo que mantiene vivo el oficio”, reflexiona.
Lo que sí no cambia es el gusto por registrar esos rostros, públicos o anónimos, que documentan el presente y construyen un testimonio para el mañana. Algo que lo ha convertido, gustosamente, en un cronista visual de su época.