En un mundo donde la mayoría busca comprar barato y vender caro, Guillermo Garza eligió otro camino: el de sumar valor real a quienes buscan desprenderse de un objeto que, en algún momento, significó algo especial.
Desde joyas y relojes hasta piezas de arte de alto valor, la Casa de Subastas Gimau, ubicada hoy en el casco urbano de San Pedro Garza García, opera bajo una filosofía poco común en el comercio: transparencia, honestidad y confianza.
“Muchos me dicen: ‘Guillermo, con lo que sabes, ¿por qué no compras tú las piezas y las vendes?’. Pero eso no es lo que buscamos. Nuestro trabajo es ayudar a que el dueño recupere o incluso multiplique el valor de su pieza. Eso es lo que nos da satisfacción”, dice el carismático fundador de Gimau.
De las joyas a las subastas
Guillermo cuenta que trabajó para dos fábricas de joyería y una compañía enfocada en diamantes. Su cercanía con clientes, y su ojo entrenado, le hicieron notar una necesidad clara: no había nadie que ayudara al público a vender sus piezas con un conocimiento real de su valor.
Por eso, junto a su esposa Gloria Guadalupe Peña, comenzó a dar forma a Gimau en el año 2000. La llamó así por la conjunción de su nombre y el de Mauricio Fernández, actual Alcalde, con quien había planeado una sociedad que no se pudo concretar por sus compromisos en la política.
Dos años después, en noviembre de 2002, hicieron su primera subasta. De una por año, hoy tienen tres subastas al mes y cuenta con una red de más de 60 expertos que evalúan desde relojes hasta obras de arte, pasando por monedas, estampillas y toda clase de objetos.
“Que la gente nos tenga tanta confianza ha sido extraordinario, porque a veces esa confianza se traduce a toda la herencia de sus papás o de sus abuelos”
Guillermo Garza
“Hemos subastado cuadros de Rivera, Tamayo, Siqueiros… incluso objetos de ex presidentes y grandes empresarios. Pero también joyas que llegan con historias entrañables, como un reloj antiguo de bolsillo, que vendimos en 120 mil pesos cuando su dueña pedía sólo 5 mil”, cuenta.
Esa anécdota es una de las más emblemáticas para él. Una mujer se acercó desesperada, buscando hacer la venta por una emergencia personal. Garza, al ver su potencial, le prestó el dinero en lugar de comprárselo.
Meses después, tras una reparación y una correcta valuación, el reloj alcanzó un precio que cambió la vida de su dueña. Porque cuando intentó localizarla, se dio cuenta que ella estaba en el hospital. Por una “diosidencia”, diría su esposa, el pago del reloj le permitió cubrir los gastos.
“El negocio de la subasta es único. Aquí la gente confía tanto que a veces nos dejan piezas sin recibo y se van. Eso te compromete. Porque no estás vendiendo solo objetos, estás tratando con su historia personal”, dice.
Confianza y transparencia
Gimau también ha tenido momentos memorables, como la subasta de los bienes de Luis Donaldo Colosio y Diana Laura Riojas, que permanecieron resguardados por décadas, hasta que sus hijos decidieron ponerlos a la venta, para apoyar a mujeres con cáncer.
O la subasta del patrimonio de Francisca de Hoyos de Santos, cuya familia decidió hacer pública.
“Tuvimos la oportunidad de valuar todo lo que dejó para sus hijos y nietos. Qué padre que la gente sepa la procedencia”, cuenta.
La transparencia es el corazón de su modelo de trabajo: el vendedor conoce el valor estimado, el público ve la pieza y los postores ofrecen de forma abierta.
“Eso no existe en el comercio tradicional. Ahí todo es opaco. Aquí todos saben cuánto vale algo, y cuánto está dispuesto alguien a pagar por ello”, explica.
Maximizar el valor
Hoy, desde una casona de estilo colonial en San Pedro, Gimau no solo vende piezas valiosas: teje relaciones de confianza con cada cliente. Algunas personas han llorado de emoción tras una subasta exitosa.
En más de 20 años, ya suman más de 760 subastas realizadas. Nada extraño, porque se trata de una comunidad donde se valora el coleccionismo y las antigüedades.
“Sí, dicen que San Pedro es el Municipio más rico de América Latina, ve tú a saber, pero que tiene una casa de subastas, ¡la tiene!”, comenta, para luego agregar que en Europa es una actividad muy común.
“Hay más casas de subastas que zapaterías, y vaya que la gente usa zapatos, a nadie ves descalzo. Pero hay más casas de subastas que zapaterías porque la gente conoce el beneficio, que se puede maximizar el valor”, explica.
Al día de hoy, todo lo que se subasta —joyería, arte, muebles, antigüedades— pertenece a particulares. Desde herencias enteras hasta colecciones que viajan desde Europa, así como algunas que son destinadas a asociaciones de beneficencia.
“Es un negocio donde tus clientes se van llorando… pero de emoción. ¡Eso no tiene madre!”, dice Garza entre risas. Y no parece una exageración.