Fotos por Eduardo Corrales
Hoy en día, pareciera que todos los rostros siguen el mismo guión estético. Expresiones suavizadas al extremo, armonías forzadas y una pérdida gradual de autenticidad. Como si existir en redes sociales implicara cumplir con una plantilla de belleza preestablecida.
Desde Hollywood hasta Instagram, el culto a lo “perfecto” ha impuesto modas que prometen soluciones mágicas: un aparato nuevo, un inyectable de última generación, una técnica secreta. Lo que pocas veces se dice —y casi nunca se aclara— es que esos resultados no son replicables para todos los rostros, y mucho menos garantizados solo por una etiqueta o marca.
Casos como los de Demi Moore, Lindsay Lohan o incluso Kris Jenner (la madre de las Kardashian) han generado rumores sobre tratamientos “milagrosos” que clínicas alrededor del mundo usan como gancho publicitario. “Lo que se hizo ella, tú también puedes tenerlo”. Pero, ¿de verdad lo necesitas? ¿Realmente sabes lo que se hizo? ¿O es solo parte de una narrativa aspiracional sin contexto, sin historia clínica, sin considerar tu rostro, tu estructura ósea, tu edad, tus necesidades?
La medicina estética no debería ser una fábrica de copias. Al contrario, debe ser una herramienta para resaltar lo mejor de ti, de tu individualidad. Lo que funciona para otra persona, incluso si es famosa, no necesariamente es lo que tú necesitas. Dejarse llevar por modas estéticas sin evaluación profesional puede resultar no solo en decepciones, sino en daños reales.
Más allá de las tendencias, el reto más grande es conectarte contigo mismo/a: tus procesos, tu historia, tus inseguridades y tus fortalezas. Buscar verte mejor es válido, pero siempre desde la conciencia, desde la aceptación y con la asesoría de un especialista que te conozca, te escuche y camine contigo.
Hoy más que nunca, necesitamos una belleza más honesta, más humana y más auténtica. No persigas rostros ajenos: la belleza real empieza cuando dejas de imitar.