Hace un par de semanas leí un fragmento de la autobiografía “Soñar en grande” de la mexicana y ex campeona femenil de golf, Lorena Ochoa. En este libro habla, entre otras cosas, de cómo llegó a ser la número uno del mundo, pero sobre todo acerca de su proceso de retiro un 20 de abril de 2010, a los 28 años.
Recuerdo que en aquel momento me pregunté por qué una persona tan exitosa decidiría retirarse de manera prematura. No he de negar que, en aquel momento, la decisión de Ochoa me entristeció un poco. Sin embargo, casi 15 años después, al leer este fragmento, comprendí mejor su proceso de pensamiento y la madurez de su toma de decisiones.
No se trataba de fama o dinero, como ella misma puntualiza en su libro, sino de pasión y de cuidarse a sí misma. Aclara que siempre tuvo muy claras sus metas, sabía exactamente lo que quería de su vida, pero, sobre todo, sabía lo que no deseaba. Quiso retirarse como la número uno del mundo y privilegiar otros aspectos de su vida, específicamente el personal y el familiar.
Ochoa tomó una decisión basada en una visión clara de lo que quería y, más importante aún, de lo que no estaba dispuesta a sacrificar. Comprendió que el éxito no solo se mide en términos de logros externos, sino en la capacidad de preservar el bienestar personal y la calidad de vida. Esta reflexión me llevó a pensar en el mundo corporativo, donde muchas veces los ejecutivos enfrentan decisiones similares, aunque con dinámicas y presiones distintas.
En estos primeros meses de 2025, he conversado con múltiples ejecutivos y ejecutivas sobre sus carreras profesionales. La mayoría, en posiciones de alta dirección (CEOs y VPs), han reflexionado sobre los costos personales que han pagado en su búsqueda del éxito organizacional.
Lo que me ha llamado la atención es el patrón común en sus testimonios. Aunque trabajan en empresas de distintos tamaños e industrias, hay un tema recurrente: en general, sus organizaciones obtuvieron resultados económicos sobresalientes en 2024 y en lo que va del 2025, pero a un costo personal altísimo.
“La gente está cansada, agotada, exhausta”, me dicen. En la búsqueda del resultado financiero organizacional y, desde luego, del beneficio económico personal, están pagando precios muy altos.
Por algún motivo, mi mente conectó estos dos temas. La decisión de una campeona mundial como Lorena Ochoa de poner límites, decir basta y priorizar lo esencial, y el deterioro que muchas personas están experimentando en su salud física y mental.
Me queda claro que no son casos comparables. La capacidad de generar un patrimonio es muy distinta para una deportista exitosa que, en algunos años de trabajo intenso y bien administrado, pueden asegurar su futuro financiero, en comparación con un ejecutivo o ejecutiva que, aun estando en un C-Suite, necesita trabajar durante largos períodos, poco más de 40 años, para lograrlo.
No pretendo caer en el cronocentrismo (el sesgo de creer que nuestra época es más compleja que otras), pero es evidente que hoy vivimos en un entorno geopolítico, social y económico sumamente desafiante. Esto está generando presiones extraordinarias en las organizaciones para obtener resultados financieros y, en nosotros como seres humanos, está alimentando el estrés, la tensión y la ansiedad de querer siempre más: una casa más grande, un auto más lujoso, vacaciones más exclusivas o universidades más costosas.
En medio de esta vorágine, deberíamos aprender de casos como el de Lorena Ochoa. Entender cuáles son los objetivos reales de nuestra carrera, pero, sobre todo, qué es lo que nos hace vivir y sentirnos vivos, con todo lo que filosóficamente implican estos conceptos.
Aún estamos a tiempo. Aprender a establecer límites no debilita el compromiso, lo fortalece. Un “no” a tiempo puede ser el mayor acto de responsabilidad, tanto personal como profesional.
En un mundo donde el éxito se mide en resultados financieros, es fundamental redefinir qué significa triunfar realmente. Ahí está el ejemplo de Lorena Ochoa.