Fotos: Cortesía y Archivo Players of Life
“Dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo tomé el menos transitado, y eso ha hecho toda la diferencia”, Robert Frost
Vivo frente de una plaza, y desde mi ventana veo a las personas caminar. Reconozco las formas de movilidad de los vecinos; unos de manera determinada haciendo su ejercicio, otros con sus perros o acompañando a personas mayores. Cada uno va caminando por la vida a su manera.
Recuerdo a mi mamá, después de su segunda intervención quirúrgica para extirparle el tumor de cáncer cerebral, sentada en su computadora, queriendo escribir algo. El área afectada del cerebro le impedía hablar, leer y escribir, así que por más que trataba, su escrito no tenía sentido: una mezcla de letras, números y signos. Ella me miraba orgullosa, expresando lo que me quería decir, pero al no entender lo escrito, me miraba con una cara de “ni modo”.
Un día, yo sentada en su sala, me señaló que fuera a su computadora. Para mi sorpresa, decía: “Rita, fluye”. ¡Wow! ¿Y eso de dónde salió? ¡Misterios de la vida! Estas palabras fueron las últimas que me dijo, lo cual guardo en mi corazón como un gran tesoro. Desde entonces, he estado meditando lo que ella sabiamente me quiso decir.
En un documental de la BBC que vi hace tiempo, The Human Face, me llamó la atención cómo nos portamos más agresivos —en el río de carros urbanos— que cuando nos “encontramos” caminando por la calle. Al toparnos con otro peatón, intercambiamos gestos faciales que piden una disculpa, lo cual no se puede observar cuando vamos dentro de un vehículo; es como si fuéramos máquinas sin empatía al estar al otro lado del volante. ¿Voy por la vida automatizada, o fluyo con empatía?
El autor Mihály Csikszentmihályi, para su libro Fluye, hizo investigaciones acerca de cómo las personas se “pierden” en su creatividad, al hacer algo que les apasiona, sintiéndose como en un estado de éxtasis. Comparable al estado en el que uno está totalmente concentrado haciendo una actividad por el simple hecho de hacerlo, sin ego, perdido en el tiempo, disfrutando al máximo lo que hace, ya sea tocando una pieza de música, creando una obra de arte, resolviendo un problema de mecánica o de matemáticas.
La vida puede compararse con un río, en el que navegamos por diversas situaciones, enfrentándonos tanto a aguas tranquilas como a rápidos turbulentos, fluyendo finalmente hacia un destino desconocido, de forma muy similar a como un río fluye hacia el mar. Pero, ¿cómo navego por ese río? ¿Qué actitudes me mueven?
Se me viene a la mente una escena de la aclamada película Sociedad de los poetas muertos, en donde el profesor Keating (actor Robin Williams) hace una reflexión sobre nuestro modo de andar por la vida y de la dificultad de mantener contacto con nuestras propias convicciones frente a los demás. Keating pone a sus alumnos a caminar: “…quiero ilustrar la cuestión de la conformidad, la dificultad de mantener nuestras propias convicciones frente a los demás. Son únicas, les pertenecen, aunque a otros les puedan parecer raras o inaceptables, aunque la manada diga: está mal. Prueben, encuentren su camino, su propio estilo de caminar. Naden contra la corriente”.
Podemos ver nuestra tendencia a pertenecer al grupo, a adaptarnos a la norma frente a la necesidad de encontrar las propias convicciones. ¿Cómo estoy caminando? ¿Soy fiel a mí mismo? ¿Cómo quiero caminar? ¿Cuál quiero que sea mi energía? ¿Qué y cómo puedo aportar yo a la sociedad?
En pocas palabras, ¿fluyo?