El Dr. Daniel Galván encontró en la medicina del dolor una forma de ejercer su vocación con un propósito más profundo: aliviar el sufrimiento de pacientes que enfrentan condiciones complejas y vulnerables. La medicina del dolor no fue el primer destino, pero sí el que la vida le reservaba.
“Yo siempre decía que estudiaba medicina porque quería ayudar a las personas, y en esta especialidad lo puedo hacer de verdad”, afirma convencido.
Su enfoque está basado en la compasión, una virtud que considera la piedra angular de esta especialidad. Para él, ayudar de forma genuina significa reconocer los límites médicos, pero nunca renunciar al compromiso de aliviar y acompañar. Reconoce que el dolor impacta en todo el entorno y por eso dedica tiempo a preguntar cómo están los cuidadores, validando su cansancio y emociones.
Médico Algólogo y Paliativista
Durante su formación en anestesiología descubrió este campo. La experiencia personal de acompañar a un familiar con cáncer reafirmó su decisión. Desde entonces, encontró en la medicina del dolor un área resolutiva y humana, que le permite ver resultados inmediatos en quienes atiende.
Medicina del dolor y empatía con los pacientes
En consulta, el doctor prioriza la cercanía. Ha eliminado las barreras físicas del escritorio para sentarse junto al paciente, escucharlo y comprender qué aqueja realmente. “No quiero que el paciente se sienta como un número más. Somos dos personas y una quiere ayudar a la otra”, explica.
El Dr. Galván combina la calidez humana con procedimientos altamente resolutivos. Desde bloqueos dirigidos hasta neuromodulación por radiofrecuencia o crioablación de rodilla, cada técnica busca el mismo objetivo de disminuir el dolor y mejorar la calidad de vida. Ha visto a pacientes que llegaron en silla de ruedas levantarse tras un procedimiento. Son momentos que describen la esencia de su especialidad: devolver movilidad, confianza y esperanza.
Innovación y compromiso en medicina del dolor
El Dr. Galván realiza procedimientos de vanguardia como la neuromodulación por electrodos, o como él decide llamarle “marcapasos del dolor”, que bloquea señales nerviosas crónicas. También emplea crioablación en pacientes que no son candidatos a cirugía. Estas alternativas ofrecen esperanza a quienes habían perdido soluciones.
“Lo más gratificante es ver que mi ayuda se materializa en algo bueno”, asegura. Esa motivación lo impulsa a seguir estudiando y actualizándose, convencido de que en la medicina nunca se deja de aprender.
Su visión es tanto loable, como ambiciosa, para un futuro planea consolidar una clínica de medicina del dolor y cuidados paliativos donde se atienda a toda la población, sin distinción económica. “El dolor no discrimina, todos somos iguales cuando lo enfrentamos”, reflexiona.
Una vocación que deja huella
Cada consulta es para él una oportunidad de trascender. Más allá de lo económico, encuentra en la medicina del dolor un propósito que lo nutre como persona y profesional. “Yo pagaría por hacer esto, porque me apasiona. La medicina del dolor paga las cuentas, pero la paliativa alimenta el alma”, resume.
Su historia es testimonio de cómo la pasión, la técnica y la empatía pueden converger en una especialidad que transforma vidas, una consulta a la vez.
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