Hay artistas que llegan al arte desde la infancia, como una extensión natural del juego o del asombro. Y hay otros, como Tete Zarzar, que lo descubren de pronto, como si una puerta que siempre estuvo ahí se abriera de golpe.
“Llegué de bote pronto a un taller y dije: ¿qué es esto? Fue descubrir lo que más me apasiona en la vida y descubrirlo de golpe fue algo muy fuerte”, recuerda.
Aquel momento, en Saltillo, cambió su destino. Hasta entonces era ingeniera civil, egresada de la Universidad Iberoamericana de Torreón, pero, a partir de su estancia en la capital coahuilense, nació una nueva versión de ella, la de una artista visual, constructora de memorias y de cuerpos simbólicos.

El primer nacimiento de Tete Zarzar
Tete Zarzar nació en la Ciudad de México en 1979, pero desde los seis años llegó a Torreón, una ciudad que se convirtió en su territorio afectivo y creativo.
Su nombre de pila es Esther Elizabeth Domínguez Zarzar, pero el arte la rebautizó como Tete, un diminutivo íntimo que hoy firma obras expuestas en México, Estados Unidos, Brasil y Baréin.
Al narrar su historia, en medio de su exposición en Galería Juárez 2525, Tete habla con serenidad, y con la mezcla de certeza y de vulnerabilidad de quien ha aprendido a convivir con el riesgo.
Y es que su trayectoria ha sido un salto de fe, “y todos en la vida los tenemos”, dice, rememorando que alguna vez leyó: “tírate y aparecerá la red. Y sí, siempre es así. Tienes que confiar”, describe.
Encuentro con la pintura
Antes de encontrar la pintura, Tete fue una niña introvertida. No asistía a talleres ni academias, aunque le fascinaban las manualidades y los colores.
Fue su abuela quien le dio sus primeras clases, sin saber que años después ese impulso germinaría en una carrera artística sólida y reconocida, además de marcar no solo su biografía, sino la esencia de su obra.
Desde entonces, el arte es para ella un lenguaje; una forma de pensar, sentir y traducir lo invisible.
“Yo creo que el arte es un rebote de lo que estás viviendo; siempre verás en él lo que necesitas ver o lo que te resuena”, afirma. Y así, entre transparencias, capas y texturas, su trabajo se ha convertido en un espejo del cuerpo y de la memoria, así como de las creencias que heredamos y las que moldean la manera en que nos vemos y nos habitamos.
La artista que se dio a luz
Desde su primera serie, Tete Zarzar ha construido una poética visual centrada en el cuerpo, la identidad y la memoria.
Por igual, son temas que la acompañan y que se entrelazan con su experiencia personal, especialmente con la maternidad y las preguntas sobre quiénes somos. En sus obras, los materiales dialogan entre sí, recurriendo a la pintura expandida, a textiles, láminas de acrílico, elementos orgánicos, objetos cotidianos e incluso al video. Todo, en ella y en su obra, convive en una composición que parece suspender el tiempo.
“Siempre vas a encontrar algo nuevo en el arte, igual que en la vida. Nunca ves una misma pintura dos veces”, reflexiona. Por ello, su proceso creativo combina intuición y estructura.
“Empecé de una forma muy experimental, muy sensorial, pintando con las manos. Poco a poco fui aprendiendo las técnicas y formándome con grandes maestros”, comparte.
Su formación, subraya, ha sido constante, incluyendo talleres en el Centro de las Artes del Norte, la Escuela de Técnicas de Pintura Vincent Van Gogh, en la Ciudad de México, y el Centro de Artes Visuales de la UAdeC, donde trabajó con artistas como Gabriel Macotela, Andrés Vázquez Gloria y Alejandro Rosemberg.

Las exposiciones de Tete Zarzar
Gracias a ello, el salto de fe que dio Tete, rindió frutos. Su primera exposición sólida, “En pausa” (2020), surgió en medio de la pandemia y marcó el inicio de una nueva etapa, ya que la muestra tuvo tal recepción que fue itinerante y llegó a distintos puntos del país, a San Antonio, a Los Ángeles y a otras ciudades.
De ahí, provino “Encapsulados”, un proyecto que la consolidó como una de las artistas laguneras más activas en el panorama nacional, pues con él participó en exposiciones y convocatorias que la llevaron a Estados Unidos, Baréin y Nueva York, donde su obra fue seleccionada en distintos premios de adquisición.
Y, en paralelo, ha sido parte de más de 30 exposiciones colectivas y 8 individuales en museos y galerías de México, Brasil, Estados Unidos y Medio Oriente, obteniendo diversos reconocimientos destacados como el Primer Lugar en el Premio Nacional de Pintura Ángel Zárraga, el Primer Lugar en el Encuentro Nacional de Creación Plástica Itinerante Sinaloa 10×10, y el Tercer Lugar en la XIV Bienal de Pintura Joaquín Clausell, además de varias menciones honoríficas en certámenes sobre derechos humanos.
Construcción de sentido
En este contexto y en todo momento, Tete habla del arte con la claridad de quien lo vive todos los días. De quien no lo concibe como un lujo ni como un refugio, sino como una responsabilidad.
“Mi propósito es crear. Transmitir por medio de imágenes o de materia un poquito de lo que veo en este mundo y ver de qué manera reboto contigo”, dice.
Por ello, su obra más reciente, expuesta en Galería Juárez 2525, prolonga ese diálogo entre lo íntimo y lo social. En ella, el cuerpo aparece como un archivo vivo, una superficie donde se inscriben las memorias, los miedos y las creencias que nos definen.
Y, al observar sus piezas, uno tiene la sensación de estar frente a una huella que sigue transformándose, volviendo a ocurrir aquello que ella misma describe con precisión: “nadie ve una misma pintura dos veces”.
Y esa, tal vez, sea la forma más pura de eternidad, que -cumpliendo el propósito de Tete- puede ofrecer su arte.



