En dos meses cumpliremos el primer cuarto del siglo XXI. Recuerdo que a mis 10 años, a finales de los 80, pensar en el año 2000 me generaba vértigo. Me parecía un año lejano pero, sobre todo, simbólico.
¿Qué pasará en el siglo XXI? ¿Cómo será el mundo entonces? Intriga, curiosidad y temor. No tenía idea de cómo sería y el miedo llegaba más por enfrentarme a lo desconocido que por creer todos los relatos que se contaban en películas, libros y revistas.
Si pudiera viajar en el tiempo desde 2024 hacia 1988 para informarle a mi yo de 10 años cómo va a ser el primer cuarto del siglo XXI, aumentaría su curiosidad. Pero también su temor. Y no porque crea que el mundo se va a acabar mañana. Algún día se acabará, pero no mañana. Sino porque en un ejercicio de retrospectiva veo que, lejos de las predicciones de los entusiastas de la globalización, las guerras siguen marcando la pauta de las relaciones internacionales. Y no sólo eso.
Las guerras se han diversificado y adquirido rostros que en el siglo XX no tenían. A los conflictos convencionales, sean regionales, internacionales o civiles, se suman hoy enfrentamientos en ámbitos otrora inimaginables. Lo más angustiante es la normalidad e, incluso, trivialidad, con la que vemos los conflictos que sacuden el orbe. Un video de niños masacrados en Ucrania o Gaza compite por tu atención con el último trend de baile en Instagram o Tiktok. El movimiento de tu dedo te lleva de la tragedia a la gracia superflua.
Si tú eres de los que cree a ciegas que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que las cosas, a pesar de todo, marchan bien… para de leer. No pretendo convencerte de otra cosa. Si, por el contrario, eres de los que cree que el mundo no tiene remedio y que todo siempre tenderá a ir para mal hasta nuestra pronta extinción… también claudica. No me interesa alimentar tu pesimismo.
Pero, en cambio, si eres de los que considera necesario hacer una reflexión crítica de nuestro tiempo para entender lo que pasa y poder tomar mejores decisiones… adelante. Te invito a que lo hagamos juntos.
Si algo define el primer cuarto del siglo XXI es la multiplicación y diversificación de los conflictos. Desde la Segunda Guerra Mundial, nuestro planeta no había visto tantos conflictos activos como ahora. También desde entonces no había habido tantos refugiados y desplazados como en estos momentos. Desde la Guerra Fría, no se había alcanzado un gasto militar como el que se tiene hoy.
De las guerras convencionales que pueblan el siglo XXI, más de medio centenar, cinco me parecen cruciales por su impacto. Las guerras de Afganistán e Irak marcaron los límites de Estados Unidos como hegemón del mundo. En Afganistán, Washington entró a un laberinto para derrocar al régimen fundamentalista talibán, sólo para retirarse casi dos décadas después y dejar el país en manos de… los talibanes.
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En Irak, Estados Unidos se valió de mentiras para intentar justificar su invasión y casi un decenio después salió por la puerta de atrás dejando el país mesopotámico peor de como lo encontró. La gran potencia americana ya no podía cumplir sus objetivos estratégicos ni disfrazar de legitimidad sus guerras.
La guerra en Siria vio resurgir la vieja geopolítica de las potencias. Lo que comenzó como una protesta se transformó en conflicto armado civil y terminó como una guerra internacional a más de tres bandas. Estados Unidos apoyó la insurgencia contra el régimen sirio. Rusia respaldó al gobierno de Bashar Al Assad. Turquía se ensañó con los kurdos. Israel e Irán se enfrascaron en una lucha de intereses. Al final, Siria quedó destruida bajo el mismo gobierno apoyado por Moscú.
Si Siria había significado el retorno desafiante de Rusia en el escenario global, Ucrania fue la confirmación de que el Kremlin ya no tenía reparo alguno en retar a Occidente. Primero puso un pie en Crimea y el Donbás, luego metió los dos en el resto de Ucrania y no lo pueden sacar. La guerra en Europa del Este ha dividido abiertamente al mundo entre quienes aún creen en la alianza Washington-Londres-Bruselas y quienes dudan de ella, cada vez más cerca del eje Moscú-Pekín.
La guerra de Israel contra Palestina y Líbano está significando la quiebra moral de Occidente. Mientras Estados Unidos y sus aliados apoyan a Ucrania para que se defienda de una invasión rusa injustificable, también financian y arman a Israel para que se ensañe con la población palestina y libanesa. No hay congruencia.
Estas cinco guerras convencionales nos hablan de lo lejos que estamos hoy de un sistema internacional estable y justo, y revelan el fracaso de una globalización que se planteó como definitiva. Ha habido otras guerras, no convencionales, pero de esas hablaré luego.
¿Cuántos conflictos más habrá en el desmoronamiento del viejo orden mundial? No lo sé, pero en el horizonte ya se asoman Corea y Taiwán como posibles nuevos teatros de guerra.
Mi yo de 10 años probablemente me preguntaría: ¿por qué no hicieron lo necesario para evitar esos conflictos? No sabría qué responderle. Hoy me pregunto: ¿qué vamos a hacer ahora?