Con todo lo que ocurre en el mundo, cada día me hace más sentido el enfoque analítico de los sistemas-mundo de Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi y otros/as pensadores/as. De acuerdo con ellos/as, el modelo capitalista ha atravesado en sus 500 años de historia ciclos de auge y declive hegemónico en los que las relaciones de poder se transforman. Casi como una regla, entre una hegemonía y otra se abren etapas de conflicto geopolítico, económico y social. La lucha de género ocupa hoy un lugar central.
La defensa de los derechos de las mujeres, la exigencia de equidad salarial y la visibilización de la violencia de género se insertan en una dinámica global de construcción de una justicia social real. En la medida en que los viejos esquemas hegemónicos se cuestionan, ocurre un auge de movimientos feministas y de rechazo al sistema de exclusión o sometimiento de las mujeres en las estructuras de poder. Esta lucha se da en convergencia con otras expresiones antisistémicas, como las reivindicaciones étnicas, que demandan una redistribución del poder y sus recursos. Lo que está en pugna es la definición de las reglas del nuevo orden que surgirá tras la actual crisis hegemónica.
La reacción ultraderechista y las disputas de género
A toda acción corresponde una reacción. Y a toda reacción, una contrarreacción. Los movimientos feministas se han ganado a pulso su visibilidad, pero el avance de sus agendas han despertado una respuesta de fuerzas ultraconservadoras que, cada vez con mayor encono, intentan mantener en pie las viejas estructuras. En Estados Unidos y Europa, partidos políticos de extrema derecha y grupos religiosos conservadores critican los “excesos” y la “depravación” de la “ideología de género”, e impulsan iniciativas para restringir derechos reproductivos y frenar o revertir las políticas de igualdad.
El trumpismo y sus adláteres mundiales constituyen el regimiento más pertrechado de la extrema derecha contra el feminismo.
La internacional ultraderechista aprovecha el malestar económico y social provocado por el globalismo del que se beneficiaron durante décadas para distraer la atención de las causas fundamentales y desplegar un populismo acusador. Para ellos, la desigualdad no existe como problema sistémico y prefieren apuntar sus dardos contra el feminismo, la migración o las minorías étnicas. Es la estrategia de los “chivos expiatorios” que refuerza estereotipos raciales y de género. Pero no es necesario mirar muy profundo para saber que las contradicciones del sistema, aunadas a las luchas que se reproducen, solo alimentarán la transformación en marcha, aunque a un costo mayor por los retrasos que supone la reacción conservadora.
Nuevas instituciones con perspectiva de género
Los avances de la lucha de género requieren instituciones sociales con perspectiva de género para trascender la transición hegemónica. Es momento de darnos cuenta de que no se trata solo de una cuestión de reconocimiento y defensa de derechos, sino de un nuevo enfoque de proyecto colectivo que beneficia a toda la sociedad. Según ONU Mujeres, si logramos cerrar la brecha de género en la participación laboral podríamos sumar hasta ¡28 billones de dólares al PIB mundial este año! Los países con mayor representación de mujeres en sus parlamentos avanzan más rápido en la cohesión social y la sostenibilidad económica.
La visión que promueve la regresión de los derechos de género, es una visión que defiende el privilegio de unos cuantos. Por el bien de la sociedad humana en su conjunto, es vital promover políticas públicas que garanticen la igualdad de oportunidades y salvaguarden la integridad y seguridad de las mujeres. Este debe ser el piso sobre el que se construya una nueva gobernanza global que responda a los desafíos de la época y siente las bases de una convivencia presente con la mirada puesta en el futuro. Una gobernanza global para un orden post hegemónico más humano y viable.