Durante la sesión de fotos de la campaña de Grupo Reto: “Sembrando consciencia, cambiando vidas”, sentí la fuerza, la vulnerabilidad y valentía de 10 mujeres que vieron a los ojos al cáncer de mama.
Créditos
Liliana Elizondo Figueroa, líder de Grupo Reto Coahuila A.C.
Guadalupe Hernández, Directora de Grupo Reto Coahuila A.C.Norma Montemayor Strozzi, relaciones públicas de Grupo Reto Coahuila A.C.
Fotografía: Cristela Villarreal de la Peña
Diseño: Amauri Solís
Entrevistas: Constance Cifuentes
Producción en vídeo: Israel Padilla
Producción: Ana Paula Larrazabal
Locación: Il Mercato Gentiloni
Escucharlas fue un encuentro íntimo, lleno de aprendizajes, historias que inspiran, momentos de conexión profunda y lágrimas de todo tipo. Cada una abrió su corazón para compartir cómo enfrentaron el diagnóstico, los tratamientos y los retos emocionales, y cómo encontraron fuerza en la fe, la familia y en sí mismas.
La campaña, que Grupo Reto Coahuila A.C lanza cada año en conmemoración del Día Internacional del Cáncer de Mama, el 19 de octubre, es un recordatorio de la importancia de la detección temprana y el acompañamiento.
Su Presidenta, Liliana Elizondo Figueroa, lidera la organización desde hace 12 años, continuando la labor que inició su madre hace 23 años. Bajo su liderazgo, la fundación ofrece apoyo integral mediante kits, compañía durante quimioterapias y programas educativos, con la ayuda de un voluntariado comprometido que es la esencia de Grupo Reto.
Estar ahí, acompañando a estas mujeres y conociendo de cerca la dedicación de Liliana y su equipo, me permitió ver cómo el cáncer no define a la persona, sino que ofrece la oportunidad de renacer, aprender y compartir.
Este especial celebra su resiliencia, su fortaleza, esperanzas, la prevención y la solidaridad.

“Mi cuerpo estaba enfermo, pero mi alma no”, Belinda Morton
En la voz de Belinda Morton, sobreviviente desde hace 18 años, descubrí que la esperanza puede ser más fuerte que cualquier diagnóstico
Conocí a Belinda en una mañana luminosa. Me recibió con la serenidad de quien ha atravesado un huracán y ha aprendido a caminar después de la tormenta. Me dijo su nombre, su edad al momento del diagnóstico y, con una fuerza que parecía casi palpable, soltó: “soy sobreviviente desde hace 18 años”.
Me contó cómo aquel anuncio, a los 45 años, fue un golpe brutal: el quirófano, la voz del doctor, la certeza de que algo en su cuerpo había cambiado para siempre. Le quitaron la mama completa, pero también le dieron una noticia que guardó como tesoro: el cáncer había sido detectado a tiempo.
Mientras me hablaba de radiaciones, quimioterapias y pastillas, no lo hacía con pesar, sino con amor. Sí, con amor. “Lo recibí con mucho amor y esperanza”, dijo. Y entendí que para ella la enfermedad nunca fue una condena, sino un camino hacia dentro.
Lo más profundo llegó cuando recordó cómo su familia se quedó en silencio durante siete años. “Mi cuerpo estaba enfermo, pero mi alma no”, les decía a sus tres hijos. Hoy, con cinco nietos, sigue realizándose estudios cada seis meses y agradeciendo estar viva.
Su historia me dejó grabada una certeza: la esperanza es la medicina que nunca se acaba.

“Dios volvió a escribir mi historia”, Cecilia María Pepi de la Peña
Cecilia María Pepi de la Peña, de Saltillo, sobreviviente de cáncer de mama, encontró en la fe y en su familia la fortaleza para transformar el miedo en resiliencia
Cuando conocí a Cecilia, lo primero que me dijo fue que trabajaba en la administración pública desde hace más de 20 años. Lo mencionó con una calma que la caracteriza. Pero cuando comenzó a hablar de su cáncer, su voz se quebró. “Fue impactante, me destrozó”, confesó, recordando aquel primer momento en que el diagnóstico le arrebató el piso.
Aun así, mientras me hablaba, se dibujaba otra Cecilia: más fuerte y brillante. Me confesó que en ese proceso su historia fue reescrita por Dios. Cada consulta médica la enfrentaba con una oración silenciosa: “Señor, que se haga tu voluntad”. Me contó también del papel de su madre y de su hija, pilares que la sostuvieron cuando sentía que no podía más.
Han pasado los años y hoy se mira al espejo y se reconoce distinta: “Ya no soy la misma. Soy más paciente, más resiliente, más creyente”. Y lo dice con una sonrisa de gratitud.
Cecilia también fue clara con algo que aprendió: nunca posponer una revisión. Ella se brincó dos años y el cáncer llegó. Por eso insiste: la detección oportuna salva. Y mientras lo dice, pienso que su fe se volvió testimonio vivo de esperanza.

“Aprendí a quererme para seguir viviendo”, Gloria Campos
Gloria, acompañada e inspirada por la fortaleza de su hija, descubrió en el cáncer la importancia de amarse a sí misma y no postergar los chequeos médicos
Con Gloria la conversación comenzó con un suspiro profundo. Me contó que todo empezó hace casi dos años, cuando sus hijas la llevaron a hacerse una mamografía. En ese estudio apareció la noticia que cambiaría su vida: cáncer en un seno.
La decisión fue rápida y valiente. “Había dos opciones: quitar solo el tumor e ir a México a quimioterapias, o quitarme todo y estar bien. Decidí quitarme todo”, me dijo con firmeza. Aunque al principio fue duro, encontró en esa decisión una manera de darle tranquilidad a su familia.
Lo más conmovedor fue escucharla hablar de Valeria, su hija, quien también había enfrentado un proceso de salud complejo. “Esa fuerza que me dio ella, la tuve yo”, confesó entre lágrimas. Y entendí cómo el amor puede transmitirse de la mano de la resistencia.
Cuando le pregunté qué había aprendido, me respondió con claridad: “Debes quererte, pensar en ti, aceptar lo que viene y seguir viviendo”. Sus palabras sonaron como un recordatorio que todas necesitábamos escuchar.
Gloria también fue enfática: nunca dejar pasar los chequeos. “Uno cree que está sano, pero no sabe lo que pasa adentro. Quererse es revisarse”.
Su mayor enseñanza no fue la enfermedad, sino la decisión de elegirse a sí misma.

“Decidí no vivirlo sola”, Dolores Eugenia Flores Garza
Lolita Flores descubrió que el acompañamiento emocional puede ser tan vital como el tratamiento médico. Su historia recuerda que revisarse a tiempo y aceptar ayuda, puede salvar una vida
Lolita me habló con un tono sereno, pero en sus palabras todavía se alcanzaba a sentir el eco de la incertidumbre. “Al principio ni siquiera podía decir la palabra cáncer”, me confesó. La noticia la golpeó fuerte, y lo primero que pensó fue en proteger a los suyos: no quería lastimar a sus hijos ni a sus papás con la noticia.
Hasta que un día su hermano le dijo algo que la cambió para siempre: “Todos vamos a vivir de alguna manera dolorosa este proceso, pero ¿y tú? Tú nos necesitas”. En ese momento comprendió que no debía pasar el cáncer en silencio. Decidió no vivirlo sola.
Lolita encontró fuerza en su red de apoyo: familia y amigos que la acompañaron paso a paso. “El doctor te da tratamiento, pero lo emocional es el otro 50%”, aseguró. Ese acompañamiento le dio paz, pero también esperanza.
Lo que más me impresionó fue cómo llegó a la detección: una amiga enferma, una plática casual, una autoexploración que reveló un pequeño bulto. Gracias a esa intuición y a revisarse a tiempo, su cáncer fue diagnosticado en etapa dos y pudo tratarse de manera oportuna.
Hoy, a sus 53 años, mira hacia atrás y lo resume con firmeza: quererse también significa revisarse y dejarse acompañar.

“El miedo no puede ser la excusa”, Lourdes Aguirre
Lulu Aguirre descubrió que la constancia en los chequeos fue lo que le salvó la vida. Su historia es un recordatorio de que el miedo nunca debe ser más grande que la prevención
Con Lulu, la charla fluyó entre pausas y recuerdos muy claros. Me contó que durante 15 años jamás dejó de hacerse sus chequeos anuales. Siempre todo salía bien, hasta que un día, su ginecólogo le sugirió repetir un estudio a los seis meses. Ella lo postergó. “Lo había hecho antes y no pasaba nada”, pensó. Pero aquella vez fue distinto.
Ese día llegó sola. “Mi esposo siempre iba conmigo, pero justo esa vez, por trabajo, no pudo”, me dijo. En el hospital, la expresión del médico lo confirmó todo: algo no estaba bien. Lo que siguió fue vertiginoso: biopsia a la semana, cirugía en tres meses. Gracias a la detección temprana, no necesitó quimioterapia, solo radiaciones. Aun así, describe el proceso como lento, porque cada espera, cada resultado, se vivía con el alma en un hilo.
Lo que más me impactó fue cómo, tras su diagnóstico, todas sus amigas y su hermana corrieron a hacerse el chequeo. “El primer año volaron, el segundo ya no”, me contó, resignada a lo difícil que es generar conciencia.
Hoy, Lulu insiste en lo esencial: el miedo no puede ser excusa. Detectar a tiempo marca la diferencia entre la incertidumbre y la esperanza.

“El cáncer no me detuvo: elijo la vida y el servicio”, María Isabel Chávez Cepeda
Frente al diagnóstico de cáncer de mama, Marisa encontró fuerza en su resiliencia, el apoyo de sus seres queridos y su labor comunitaria, convirtiendo un proceso difícil en una oportunidad para vivir plenamente
Conocí a Marisa en una sesión de fotos llena de risas, calidez y honestidad. Me contó que se enteró del cáncer de mama en 2019, mientras trabajaba en la feria. “Terminé mi turno y fui a checarme”, recuerda. El oncólogo le mostró su diagnóstico y las opciones: conservar el seno con riesgo o extirparlo. En el carro, se permitió llorar por primera y única vez.
Pero la fortaleza de Marisa se manifestó de inmediato. Sus amigas la abrazaron, la escucharon, y eso la impulsó a buscar más opiniones médicas. Todos coincidieron: había que quitar el seno. Entre quimioterapias, cirugías y la llegada de la pandemia, Marisa no se detuvo; continuó con su labor en el Club de Leones, repartiendo despensas y medicinas, poniendo su energía al servicio de otros.
“Para mí, el cáncer no es muerte; es vida”, me dijo mientras sonreía. Hoy, cinco años después, se declara sana, plena y lista para restaurar su piel, recordándonos que incluso después de un diagnóstico difícil, la vida sigue y puede ser hermosa, llena de propósito, alegría y coraje.

“Renací con el cáncer: encontré fuerza y valor en el proceso”, Marta Marina Peréz Flores
Frente a un diagnóstico de cáncer de mama en tercera etapa, Marta Marina descubrió una fuerza interior inesperada. Su historia trata sobre cómo la actitud, la fe y el amor propio pueden transformar un proceso difícil en un renacer personal
Lo más bonito de Marta es su actitud. Con una sonrisa y lágrimas en los ojos fue que comenzó a contarme sobre su diagnóstico: cáncer de mama triple negativo en tercera etapa. “Obviamente te dicen cáncer y piensas que te vas a morir”, me confesó, pero enseguida añadió: “La actitud tiene todo que ver. Con fe y positivismo, logré salir adelante”.
Durante su tratamiento, Marta encontró en la rutina y la compañía de su hijo y amigas un refugio poderoso. Cada quimioterapia la debilitaba por tres días, pero luego volvía a la calle, a los abrazos de quienes la apoyaban, rechazando quedarse inmóvil. “No hay victoria absoluta; la vida puede cambiar en un segundo. Lo importante es que las ganas de vivir sean más grandes que los miedos”, me dijo.
Marta también descubrió un amor propio profundo: “Aun sin pelo, me veía al espejo y pensaba: ‘Qué hermosa eres’”. El cáncer, asegura, la transformó. La hizo más fuerte, valiosa y consciente de su cuerpo y sueños.
Su mensaje es claro: no rendirse, cuidarse, explorar su cuerpo, ejercitarse y mantener una actitud positiva, porque incluso en medio de la adversidad, se puede renacer.

“No soy un diagnóstico; soy fe y resiliencia”, Ofilia Guerra
Frente al cáncer de mama, Ofilia descubrió que la actitud, la fe y el acompañamiento familiar son claves para transformar un proceso desafiante en un camino de fortaleza, amor propio y supervivencia
La serenidad y fuerza de Ofilia se perciben a cada gesto, pero su rostro cambió cuando me contó que recibir el diagnóstico fue un golpe inesperado: “Esto me tumbó”, me confesó, pero inmediatamente decidió que no permitiría que la enfermedad definiera su vida. “Yo soy más que un diagnóstico”, añadió con seguridad.
Ofilia encontró en la fe y en su familia un apoyo fundamental. Compartió su proceso con su esposo, hijos, padres y hermanas, transmitiendo tranquilidad y paz. “Cada quien siguió con sus proyectos mientras yo me dedicaba a mi tratamiento, con la mente firme y el corazón lleno de esperanza”, me dijo.
Aprendió a equilibrar la vulnerabilidad con la resiliencia: “Se vale llorar, se vale tener miedo, pero no rendirse. Había días que me escondía a llorar, pero me aseguraba de estar contenta para mi familia”.
Hoy, Ofilia se declara superviviente, consciente de que la lucha es diaria. Está segura que el secreto es escucharse, realizarse chequeos, cuidar la mente y confiar en la ciencia y en Dios. Para ella, el cáncer es un desafío, pero nunca un límite: “Mientras la mente no se rinda, se puede salir adelante”.

“El amor por mis hijos me da fuerza… y mi valor también”, Valeria Gutiérrez Campos
Valeria recuerda cómo el cáncer de mama transformó su vida hace 10 años, enseñándole a enfrentar cada etapa con valentía, fe y la motivación más poderosa: sus hijos
Valeria llegó acompañada de su madre, Carmen, quien también forma parte de este especial de entrevistas. Me contó que su diagnóstico llegó cuando su hijo menor tenía apenas un año. “Fue duro, pero la fe en Dios y las palabras de mi doctora me hicieron creer que podía salir adelante”, recordó. Ese fue el impulso que la llevó a decidir luchar por su familia y por ella misma.
Nunca se había realizado chequeos; la primera bolita la ignoró. Al notar que crecía, acudió al médico y descubrió que su cáncer ya estaba en etapa cuatro, con metástasis en el hígado. “Fue un reto en cada etapa. Tenía que tomar decisiones difíciles, desde la cirugía hasta acceder a tratamientos complicados en una institución pública”, me compartió.
Valeria aprendió que la fuerza surge de la necesidad de proteger a quienes amas. Día a día enfrentó quimioterapias, medicamentos difíciles de conseguir y la incertidumbre, manteniéndose firme para sus hijos. Hoy, comparte su experiencia con otras mujeres, promoviendo la autoexploración y la detección temprana.
¿Su mejor tip? Agendar los chequeos, no ignorar las señales de tu cuerpo y recordar que cada paso que das con determinación puede marcar la diferencia.

“El cáncer fue una pausa… y también un reencuentro con la vida”, Marisa Almanza
Marisa comparte cómo el cáncer de mama transformó su vida, enseñándole a valorar cada instante, a priorizarse y a encontrar fuerza en la fe y en sus seres queridos
La sonrisa de Marisa es un reflejo de resiliencia. “Recibí el diagnóstico con la convicción de que iba a estar bien. Para mí más que un problema fue una oportunidad y un reto”, recordó. Ese fue el impulso que la llevó a vivir el proceso como un tiempo de meditación, de pausa y reconexión con quienes más ama: su familia, sus amigos y consigo misma.
Marisa confiesa que no siempre fue constante con sus chequeos médicos, aunque reconoce su importancia. “Siempre nos dejamos atrás. Primero eres tú, luego eres tú y después eres tú. Cada revisión que nos damos es un regalo que nos damos a nosotras mismas”, comentó.
Durante el tratamiento, convirtió cada momento difícil en aprendizaje y gratitud. Aprendió a recibir apoyo, a cuidar su cuerpo y a escuchar su mente y espíritu. Hoy, Marisa comparte su historia para inspirar a otras mujeres a priorizarse, hacerse sus chequeos y enfrentar los desafíos con positividad y esperanza.
Sobre la prevención, Marisa hace énfasis en no dejar pasar los chequeos, en escucharse a sí misma y en transformar cada prueba en una oportunidad para reconectar con la vida.
PARA APOYAR LA CAUSA
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