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Por Rita E. Fishburn Olson, Ed.M. Tanatóloga, educadora y terapeuta
La palabra “hogar” proviene del vocablo latino focāris, que significa fuego o luz, refiriéndose al lugar donde se encendía la hoguera. Allí, la familia se reunía para calentarse, alimentarse y convivir, creando una sensación de seguridad, calma y pertenencia.
“De vez en cuando, la vida toma conmigo café y está tan bonita que da gusto verla”,
Joan Manuel Serrat
Esta sensación se diferencia del concepto de “casa”, que simplemente se refiere a la vivienda física. Desde la aparición del fuego, los seres humanos nos hemos congregado en torno a él. El fuego es el elemento que calienta nuestro centro, ilumina la oscuridad y fomenta la comunidad al compartir historias, oraciones y canciones. Esa convivencia nos invita a una transformación personal y colectiva.
Aunque vivimos en una de las épocas más conectadas de la historia, enfrentamos una epidemia de soledad, un problema de salud social. Nunca antes tantas personas se han sentido solas y alejadas unas de otras, de sí mismas y de la naturaleza; la ausencia de pertenencia es la herida silenciosa de nuestros tiempos.
Urbanistas y psicólogos ambientales proponen que las ciudades presten más atención a la creación de “terceros lugares” (third spaces): espacios de encuentro donde las personas puedan socializar y conectarse con su comunidad, como cafés, bibliotecas, plazas y parques. Estos lugares son fundamentales para construir comunidad y fomentar el compromiso cívico.
Las investigaciones sobre psicología ambiental suelen destacar los beneficios de los entornos naturales en términos de alivio del estrés, mejora del estado de ánimo y recuperación cognitiva (Kaplan y Kaplan, 1989; Ulrich, 1993).
En México, existe una tendencia a dejar en manos del gobierno la mejora de estos espacios públicos. Sin embargo, cuando los vecinos colaboran para mejorar, por ejemplo, su plaza, se crea comunidad al unirse por un bien común, en un espacio para convivir y así minimizar el sentido de aislamiento.
Nuestro futuro depende de que aprendamos a movernos como lo hace un ecosistema, en armonía y colaboración. Por ello, busquemos cualquier excusa para estar juntos alrededor de la “hoguera”.
También es necesario construir un “hogar” dentro de nosotros mismos y en los corazones de los demás. La autora Toko-pa Turner, en su libro “Belonging” (“Perteneciendo”), afirma que existe un anhelo de conexión intergeneracional: que los adultos mayores estén más presentes en las vidas de los jóvenes, ofreciendo orientación sabia, valorando su desarrollo interior, siendo generosos con su escucha y ayudándoles a mantenerse en el camino para alcanzar su potencial. ¡Doy gracias a la vida por haberme dado una mentora así, Pat Axline de Sánchez!
Joven: considera hacerte amigo de un adulto mayor, alguien que tenga ese brillo en sus ojos, que esté al servicio de algo más grande que él o ella misma. Apóyalo, sé su compañía constante. Su sabiduría no proviene de la acumulación de conocimientos, sino de la reflexión sobre la vida.
Turner opina que pensamos en la pertenencia como un lugar fuera de nosotros mismos, que, si seguimos buscando, tal vez algún día la encontraremos. Pero ¿qué pasa si la pertenencia no es un lugar en absoluto, sino un conjunto de habilidades que en los tiempos modernos se han perdido u olvidado?
“Para saber lo que realmente valoras, tienes que seguir lo que te hace sentir vivo, lo que te entusiasma, lo que te pone la piel de gallina, lo que hace volar tu imaginación, lo que te hace reír de placer o llorar de emoción. No siempre es bonito, ¡pero te das cuenta de que estás completamente vivo! Esta vitalidad aumentará tu sentido de valor en el mundo y, por extensión, tu capacidad para el placer”.
Seamos ese fuego, esa luz interna, siendo “hogar”.