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noviembre 23, 2024

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Maribel Lugo: Un camino de puntitas

Los pasos que llevaron a la fundadora de la Compañía y Escuela Profesional de Danza de Coahuila, de bailarina a maestra, a impulsar el talento en el estado

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Hace poco más de 35 años, en el centro de Saltillo, justamente entre las calles de Hidalgo y Perez Treviño, Maribel Lugo, de 8 años de edad, iba tomada de la mano de su madre y de su hermana mayor, Selene Lugo, cuando un sonido lejano de música clásica llamó su atención. Corría el año de 1986 y pasaban por enfrente de los ventanales de la escuela de danza de Carmela Weber. 

“Lo recuerdo como si fuera ayer, el crujir de la duela, el salón, que se me hacía enorme en aquel entonces; desde el primer paso que puse en el piso de madera, recuerdo haberme enamorado, fue como un encuentrol”.

Desde aquel día, Maribel no ha dejado la danza, sin importar que nadie en su familia sea bailarina o que su hermana haya rechazado la idea de tomar clases con ella, su compromiso con el baile clásico se había pactado.

Su relación con el ballet la llena de gratitud; en su paso por la academia de Weber aprendió las bases de la danza, desde posturas hasta el compromiso que implica para la bailarina, pues se sabía que la directora Weber tenía un toque estricto con las estudiantes.

“Le tengo mucho que agradecer a Carmela Weber, primero por la disciplina, por el respeto que me enseñó, por ayudarme a ver el ballet como algo serio, como un proyecto de vida, y por enseñarme a amar la danza clásica”.

Sentada en la fachada del Teatro Fernando Soler, recinto que la ha visto bailar en múltiples ocasiones, comenta que la última lección que le dejó su primera maestra de ballet fue el ser exigente consigo misma, el buscar dar lo mejor y el detectar cuándo es momento de volar para progresar.

ENTRE ZAPATILLAS

Luego de dos años como alumna de la academia, Maribel comenta que para ese entonces ya estaba bailando en zapatillas puntas El Lago de los Cisnes, de las primeras obras que le tocó interpretar; pues a los 14 años ya era la primera bailarina de la escuela Weber.

A sus 16 años viajó a la Ciudad de México, junto con otras dos compañeras, que eran consideradas las mejores de la academia Weber, para tomar un curso con profesores rusos, sin embargo, las jóvenes se sorprendieron cuando los maestros las regresaron al pre ballet, es decir, “a piso”, para repasar las bases de la danza clásica.

“Nos pusieron a practicar con las niñas de 5 años, al parecer estábamos muy mal colocadas. Fue un choque con la realidad tremendo, sin embargo, sacamos el curso adelante y fuimos avanzando, mejorando posturas y técnicas”.

La experiencia que la bailarina vivió en esos días de talleres le dejó algo claro, el ballet podía ser su profesión, sin embargo, para sus padres, seguía siendo un sueño difícil de alcanzar, por lo que le propusieron terminar una carrera “de verdad” para luego dedicarse a la danza, es en este punto que Maribel optó por estudiar la licenciatura en psicología en la Universidad Autónoma de Coahuila.

“Quería evitar que se repitiera la historia, que no les tocara como a mí, que me di cuenta muy tarde que ya sería difícil ser bailarina profesional”.

RITMO Y PASIÓN

Para ese entonces, Maribel se enfocó en hacer su cátedra en danza en el Ballet Nacional de Cuba para regresar a Saltillo y abrir su propia academia en el 2001 gracias al apoyo de Ernesto Mezcua y Rosa del Tepeyac Flores Dávila, entonces directora del Instituto Coahuilense de Cultura.

“En el 2001 lanzamos la convocatoria para la primera generación de bailarinas, estábamos ubicados en la calle de Abasolo Norte y comencé como maestra y directora”.

Desde entonces, la escuela ha educado a dos generaciones de bailarinas, y aunque su fundadora menciona que han pasado por muchos cambios administrativos, la esencia de enseñar las mejores prácticas sigue siendo la misma.

Hoy, a casi 24 años de su creación, la ahora Compañía y Escuela Profesional de Danza de Coahuila colabora con el Instituto Municipal de Cultura y es administrado por Maribel y su esposo, Rodolfo Moreno, con quien tiene tres hijos que la hacen sentir bendecida; Emiliano, Sebastián y Darío.

“Me da orgullo estar tras bambalinas y ver a mis alumnos brillar, me eriza la piel; es maravilloso verlos madurar y crecer como artistas”.

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