Columna de Josué Lavandeira, experto en educación y Director de Innovación e Investigación Académica del Centro de Investigación Especializado en el Desarrollo de Tecnologías de la Información y Comunicación.
A menudo, nos encontramos con estudiantes que parece que, a diferencia de la mayoría de las personas estudiantes, no pueden asimilar conceptos básicos mediante las técnicas tradicionales.
Estudiantes que a menudo etiquetan como “incapaces”, y que usualmente enfrentarán una vida de frustraciones en sistemas y espacios que no sirven a sus necesidades de aprendizaje.
Todas las personas aprenden de una manera particular, y los sistemas y procesos deben ser lo suficientemente flexibles, para apoyar el aprendizaje de todas las personas.
Es así como recientemente y en diversos programas, se ha encontrado en las cocinas, espacios de aprendizaje que pueden ayudar a validar las capacidades y desarrollar habilidades, en estudiantes con quienes es más complicado hacerlo en espacios tradicionales de aula.
En un programa de cocina con estudiantes con necesidades especiales de apoyo, notaron que hacer actividades funcionales que les ayudan a desarrollar habilidades para la vida, aumenta notablemente la autoconfianza y la independencia de sus estudiantes.
Niños y niñas de edades tempranas, que pueden preparar sus alimentos cuando tienen hambre, están entendiendo que cuando son capaces de atender sus propias necesidades, ya no necesitan del apoyo de adultos para ello.
Esto fortalece su autoestima y autonomía, dándoles la capacidad de utilizar cada nueva habilidad adquirida en beneficio propio y sin dependencia de otras personas.
En dinámicas de preparar alimentos en las cocinas, también se trabajan la motricidad fina y habilidades sociales del lenguaje, pues se requieren ambas para cocinar en grupo, y hablar sobre asuntos tan cotidianos como los alimentos, es una gran manera de propiciar el uso del lenguaje, así como para aprender a formar relaciones sociales con base en intereses en común.
Dos programas en España, trabajan con jóvenes de educación media superior en alto riesgo de deserción escolar, quienes muy probablemente nunca tendrían éxito académico en sistemas tradicionales, y aprenden a desarrollar habilidades sociales y sociolaborales para la vida después de la escuela.
Muchas personas que participan en estos programas tienen una alta resistencia al aprendizaje debido al fracaso de los sistemas tradicionales y sus malas experiencias formativas anteriores, con una metodología que desvincula los métodos típicos y les prepara para adquirir nuevos conocimientos y habilidades, se ha podido facilitar el desarrollo de nuevos roles, actividades y patrones de interrelación.
En Italia, un grupo de científicos integró una estrategia de juego en un grupo de estudiantes de ingeniería, para utilizar metodologías de preparación de alimentos para enseñarles sobre la evaluación del ciclo de vida, un tema frecuentemente infravalorado en cursos de ingeniería.
Antes de la sesión de juego, un 63% de las personas estudiantes reportó estar al tanto de la importancia de las actividades diarias, como la preparación de un platillo, y su impacto ambiental, pero solamente 30% reportó poner atención a esto cuando cocinan o van de compras. Sin embargo, después del juego, casi 55% de quienes participaron reportaron que pondrían más atención a estos aspectos.
Cocinar sirve para aprender y enseñar habilidades fundamentales, es así, que tenemos que entender los espacios donde la difusión de la cultura, la convivencia y el aprendizaje pueden darse, como fundamentales en los sistemas y procesos de enseñanza-aprendizaje.
¿Y tú, qué has aprendido en la cocina? ¿Qué habilidades has desarrollado gracias al tiempo que pasas preparando alimentos y cómo te ayudan en otros aspectos de tu vida?