En la voz de Evangelina Cárdenas hay algo que vibra entre la sensibilidad y la determinación. Ingeniera en Materiales, creativa incansable, soñadora empedernida y fabricante de velas que parecen postres reales, Evangelina es la mente —y el corazón— detrás de Amourg, un proyecto que nació justo cuando ella misma necesitaba un rayo de luz.
A los 26 años, después de años siguiendo el guion esperado —estudiar, trabajar como godín, cumplir con lo que “debía ser”—, Evangelina se descubrió perdida. Vivía atrapada en rutinas que no le pertenecían y emociones que la saturaban.
Ansiedad, depresión y un cansancio interior que la empujó a detenerlo todo. “Llegó el punto en el que me cuestioné quién era realmente y qué quería para mí”, recuerda. Fue entonces cuando apareció su primer curso de velas… y algo dentro de ella hizo clic.

Lo que parecía un hobby se transformó en una revelación. Las temperaturas, las propiedades químicas, la manera en que cada material se comporta… todo conectó de forma natural con su formación como ingeniera. Pero más que eso, las velas se volvieron un canal para sanar, crear y transformarse. “Soy muy brujita energética”, dice entre risas.
“El fuego te ayuda a transmutar. Yo hacía velas para mí: para mi paz mental, para soltar, para regresar a mi centro”.
Y así surgió Amourg. No “amor”, como todos creen. Tampoco un guiño a la saga de fantasía. Amourg, en rumano, significa crepúsculo: ese instante en el que, en medio de la oscuridad, aparece la primera chispa de luz. Ese punto mínimo… pero suficiente para cambiarlo todo. Justo eso fue para ella.

Desde entonces, Evangelina se dedicó a crear velas que no solo aromatizan: sorprenden, conmueven y despiertan recuerdos. Sus piezas parecen postres recién hechos: donitas glaseadas, lattes con espuma perfecta, rebanadas de pastel tan realistas que más de una persona las ha mordido sin darse cuenta.
Y aunque no es comida, todo está hecho con materiales amigables, seguros y de grado alimenticio. “No lo recomiendo —dice divertida—, pero si pasa, no pasa nada”.
Cada colección tiene un origen distinto: a veces nace de un recuerdo dulce, otras de lo que a ella misma le gustaría recibir, y muchas de aromas no convencionales que su amigo químico formula especialmente para sus velas.
“Los aromas guardan memoria. Quiero que mis velas sean eso: experiencias que se quedan”.
Evangelina también tiene su propio ritual creativo. No puede elaborar una vela desde el estrés o la prisa. Si su energía no está alineada, la vela simplemente “no responde”.

Por eso prepara su espacio: un té intencionado, un room spray hecho por ella, un momento para respirar… y sus diez gatos, que la acompañan como pequeños guardianes del proceso.
Porque Amourg no solo es un negocio: es una forma de vida que le devolvió la alegría, la claridad y la libertad que siempre buscó.
“Muchos me preguntan por qué estudié una ingeniería tan difícil si ahora hago velas”, cuenta. “Pero si supieran todo lo que hay detrás… y todo lo que me ha regalado este camino. Estoy feliz, plena. Renací”.

Evangelina es un fénix —tal cual lo lleva tatuado— y su proyecto es la prueba viva de que, a veces, la luz no llega como una respuesta externa, sino desde lo que somos capaces de crear con nuestras propias manos.
Y ella lo hizo: convirtió su tormenta en crepúsculo. Su crepúsculo en marca. Y su marca en inspiración para todo aquel que cree que aún es posible comenzar de nuevo.


