A nadie le gusta pagar impuestos, sin embargo, ¿de qué otra manera se proporcionarían los servicios públicos en un país tan subdesarrollado y con grandes desigualdades sociales, como el nuestro?
Ha causado gran revuelo la última reforma fiscal por castigar el consumo, lo cual es común en todos los países, y por castigar al sector productivo al incrementar la tasa año con año, complicándola hasta volverla kafkiana, en vez de ser simple para efectuar cálculos y pagos.
Pero vamos por partes, desde la consumación de la Independencia hemos sido reacios a contribuir al erario público. Una de las ideas que vendió Iturbide era que no se pagarían impuestos; con Madero, el imaginario social pensó lo mismo después de Porfirio Díaz, y nos fue peor.
Se nos argumenta que esto nos pone entre los países que más contribuyen; pero, la planeación fiscal se aprovecha de los errores garrafales de los diputados para evadir dichas contribuciones. Otro problema es la elusión fiscal (no pagar impuestos), lo cual origina que la mayor carga sea para los contribuyentes cautivos.
Aunque pueda ser impopular esta opinión, ya era necesario que se les cobrara a los que consumen. Que las croquetas van a pagar IVA y que al refresco le van a cobrar un peso más, ¡pues ni modo!, no son artículos de primera necesidad, y así podemos seguir enlistando todos los productos, porque aunque duela, era un mal necesario.
Otro aspecto que hay que tomar en cuenta es que la gente no es austera, y tendemos a copiar mal los modelos de países desarrollados. Por ejemplo, el Buen Fin es a crédito y no en efectivo como en Estados Unidos. No tenemos el hábito del ahorro, la mayoría de nuestros ahorros están en el extranjero porque no hay tanta inflación, que también es una forma velada de impuesto.
Hay una disociación entre clase política y ciudadanía, les deseamos el mal sin tomar en cuenta que nos estamos metiendo autogol, porque los que vamos a sufrir las consecuencias somos todos.
De igual manera, no hay castigo ejemplar al que roba dinero de las arcas, como el caso del exgobernador de Tabasco, el cual desapareció cerca de siete mil millones de pesos de impuestos, eliminando las aportaciones del Gobierno Federal para las obras de contención del río Grijalva, sin recibir decomiso de lo robado.
Un fenómeno es el del endeudamiento de los municipios y los estados. Haciendo alarde de malabarismos demagógicos, festejan que van a pasar a la historia rodeándose de funcionarios cómplices y periodistas corruptos y dejando las obras a medio construir; cuando se les llama a rendir cuentas, simplemente se van a otro país.
Es importante que paguemos impuestos, porque la otra solución es el endeudamiento de las próximas generaciones, las cuales van a ver disminuido su nivel de vida por pagar los intereses de créditos anteriores, tal parece que no nos acordamos de los crack de 1982 y 1994, en los que prácticamente México quebró. Aquí la actuación del ciudadano debe ser vigilar la aplicación de los impuestos en obras de infraestructura, y no en mantener una burocracia parasitaria que únicamente sirve para pagar facturas políticas.