ROBERTA ELIZONDO
Desde niña le intrigó saber qué más había en el mundo. Durante muchos años, había hecho trabajo de voluntariado en México y, hace casi nueve años, se propuso expandir ese impacto a otra parte del mundo. Su meta era ir a Kenia, África, y lo logró. Ese primer viaje internacional despertó muchísimo en ella.
Durante todo el verano, trabajó en una casa hogar con niños en situaciones vulnerables con diferentes tipos de proyectos, como brigadas médicas y educación infantil. Aunque ya había sido voluntaria antes, recuerda, estar a más de 15 mil kilómetros la expuso a una realidad muy diferente que la “ganchó”.
Casi nueve años después, ha construido mucho a partir de esa primera experiencia. Había logrado hacer el viaje porque la persona que se encargaba de la administración de la casa hogar a la que apoyó le abrió las puertas, pero no había una institución que respaldara el movimiento. A su regreso, recibió comentarios de personas que también querían aportar al mundo.
“Dejé un pedacito de mi corazón ahí, con muchas ganas de seguir con este tipo de proyectos, y pensé en ser el puente unos y otros”. Así, comenzó a hacer juntas informativas para los interesados: les compartía su experiencia y los capacitaba.
Esas reuniones, la buena voluntad de todos los involucrados y la pasión de Roberta por servir a los demás y cambiar las realidades de las personas vulneradas, se transformaron en una fundación para ampliar el impacto que ella había logrado en el primer gran viaje, y logró enviar a su primer grupo de viajeros a Kenia.
Lo recuerda como una forma de seguir conectada a ese lugar y a las personas con las que conectó. Continuó con la fundación, a la par de la universidad, durante los tres veranos siguientes. “Creó una adicción”, como dice su mamá, en la que cada año dirigía todos sus esfuerzos para volver a generar un impacto positivo en la comunidad.
ALEJANDRO RUBIO
Durante toda su vida se había involucrado en voluntariados y misiones, tanto en Sonora (de donde es originario), como en Nuevo León y Coahuila. Años después, mientras cursaba la universidad, la institución lanzó una convocatoria de un voluntariado en un campo refugiados en Zambia, aplicó y lo aceptaron.
Ahora tenía el reto de preparase para el tipo de proyecto al que iba: con personas en situaciones muy difíciles, que escapaban de crisis económicas, de terrorismo, hambre, agua, entre otras cosas.
Desde el Alto Comisionado de Refugiados de la ONU le pidieron que trabajara en el campo agrícola con proyectos innovadores; además, se puso al servicio para lo que estuviera necesario, incluso como albañil.
En el campo conoció muchas historias a las que no estaba acostumbrado en su día a día que le tocaron el corazón. “Una vez que conoces la realidad es muy difícil no hacer algo; es muy diferente a sólo verla como una noticia en la tele. Tocó fibras sensibles en mí, y era algo que ya no me podía ‘valer’”. Cuando regresó a México estaba inquieto, con deseos de buscar más lugares para aportar.
FUSIÓN DE HISTORIAS
Fue mientras Alejandro organizaba un evento previo a su partida a África que conoció lo que Roberta hacía y se entrelazaron sus historias, cargados de experiencias e impulso para cambiar la realidad de más personas. Estudiaban el cuarto semestre de la Licenciatura en Creación de Negocios e innovación Empresarial en la UDEM.
Una conocida en común reconoció los puntos de convergencia en sus proyectos y les propuso que ambos hicieran algo juntos. Así, unieron fuerzas para hacer proyectos más grandes y llegar a más comunidades. Roberta ya tenía el proyecto de la gestión de viajeros para el apoyo de comunidad vulneradas, pero sólo podía gestionar la ida de 10 personas al año.
Cuando conoció a Alejandro, pensaron en escalarlo, hacerlo rentable y sostenible para llegar a más comunidades e impactar a más personas. Entonces diseñaron el piloto: su primer viaje como Travelers with cause. Entre itinerarios, gestión de personas y aprendizajes de logística, realizaron su primer viaje a Filipinas en 2018, todavía como estudiantes, a mitad de su carrera.
A diferencia de la fundación que tenía Roberta, la fi nalidad de su emprendimiento juntos incluía la rentabilidad del proyecto para que pudiera llevarse a cabo sin la dependencia de donaciones de empresas u otros terceros, y la fórmula para que eso sucediera fue mezclarlo con los viajes de aventura y backpackeo.
Luego de ese primer viaje extendieron su impacto hacia destinos como Perú, Brasil, países en África, Europa, sureste de Centroamérica, estados de México. “Hoy por hoy, ambos conocemos bastantes países siempre viajando con causa, siempre por un propósito”, comparte Alejandro.
Pero no todo es “color de rosa”, relata Roberta: Uno de los principales retos a los que se enfrentaron fue aceptar que lo que hacían podía tener impacto negativo en las comunidades si no lo hacían de manera correcta.
Después de mucha investigación, adoptaron la filosofía Learning Service, que habla sobre aprender antes de servir, de que los objetivos se planean en equipo y nunca en una relación vertical en la que ellos les digan a las comunidades lo que deben hacer. Ellos buscan el desarrollo a largo plazo de las comunidades, por lo que unos de sus principales aprendizajes fue ser realista con los proyectos, planear basados en la continuidad y tiempo de estancia de los voluntarios y, “poco a poco, ir formando eslabones que hagan una completa cadena”, comparte Alejandro.
Actualmente, cuentan con un equipo que se encarga de que el proyecto sea una realidad. Cada año, realizan una investigación para saber lo que ha pasado con sus voluntarios post viaje y encontraron que alrededor del 30% siguen involucrados en causas sociales y el 8% crean sus propias iniciativas sociales, como organizaciones, empresas o proyectos.
Roberta y Alejandro se sienten motivados porque, a través, de las acciones y de la red que se han generado en diferentes países con los voluntarios, aliados y comunidades, están transformando la industria del turismo.