Quizás te pasó, de nuevo, esta Navidad: compraste apresurado los regalos cuando todo estaba saturado, ya quedaban pocas opciones y aún menos tiempo. Si los hubieras comprado antes, te habrías ahorrado muchos problemas, ¿cierto? Esa sensación de urgencia por los regalos y de arrepentimiento por no prever las situaciones se replica en otros ejemplos: desde lluvia-paraguas, hasta choque-seguro.
Los seguros brindan tranquilidad y amparo para esos eventos imprevisibles, que preferiríamos no vivir, pero de los que, en ocasiones, no podemos huir. Imagina: te enfermas gravemente, no tienes un seguro de gastos médicos y utilizas la tarjeta de crédito, le llamas a un familiar, a un amigo, y sí, cubriste la totalidad de los gastos. ¿No sería mejor alegrarse por haber cubierto el imprevisto desde antes, que añadir las llamadas con la calculadora al lado a la lista de preocupaciones que conllevan las enfermedades? En México y el mundo, el último gran imprevisto en enfermedades fue el Covid-19; a todos (o a la mayoría) nos hizo replantearnos la importancia de nuestra salud y de la prevención.
De acuerdo con la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), el seguro de gastos médicos mayores ayudó a 51,000 familias mexicanas hasta agosto de 2022, no solo a sacar adelante a su familiar y hacer frente al Covid-19, sino a amortiguar el impacto económico que puede representar el tratamiento de esta enfermedad. “Se entregaron indemnizaciones del seguro de gastos médicos mayores por 26,500 millones de pesos. Esto equivale, en promedio, a poco más de 521,000 pesos por familia”, apuntan en la AMIS.
El seguro de gastos médicos se usa en México, pero apenas: únicamente el 9.7% de la población cuenta con la protección que ofrece el producto. No obstante, el interés de los mexicanos ha aumentado en los últimos años. Datos de la AMIS señalan que, en 2019, 11,365,000 pobladores contaban con una póliza de gastos médicos; un año después, con la llegada de la pandemia, este número ascendió a 12,091,000 mexicanos; a finales de 2021, la cifra incrementó a 12,227,000.
Juan Carlos Hernández Acosta, líder de producto de bruno (asesor digital de seguros), compartió que “los seguros en México, lamentablemente, han tenido poca penetración en el mercado. El 2022 fue un año con un nulo crecimiento en la industria; básicamente está estancada a partir de la desaceleración de la economía. Es necesario romper los paradigmas que existen de que los seguros o no sirven, o no pagan, o hay problemas con las letras chiquitas, etcétera: todo aquello que ya has escuchado en relación a los seguros”.
El siguiente es uno de los datos más preocupantes que leerás en este artículo: la AMIS estima que el 18.7% de la población en México no tiene seguridad social ni un seguro privado de salud.
Esto significa que tendrán que cubrir la totalidad de los gastos que les requiera una condición grave de salud. De acuerdo con el reporte Health at a Glance 2019, realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el país tiene la segunda mayor proporción de gastos de bolsillo de los hogares, que representaron un 41% adicional del gasto en salud.
Desde la Organización, señalan que los pagos directos excesivos restringen el acceso de las personas a los servicios y pueden generar dificultades financieras. El 5.5% de los hogares en México experimenta un gasto catastrófico en salud, y los hogares pobres se ven afectados de manera desproporcionada.
ASÍ FUNCIONAN
Todos los seres vivos hemos desarrollado la sensibilidad al peligro y maneras de protegernos, prever y afrontar los riesgos (unos más que otros); pero solo los humanos podemos contratar un seguro para que asuma ese riesgo.
Desde tiempos antiguos, nos hemos organizado para repartir costos y minimizar pérdidas. En el Código Hammurabi, el documento legal más antiguo de la humanidad (3000 a.C.), se registraron asociaciones de ayuda mutua, o acuerdos para repartir riesgos y asumir las pérdidas entre varias personas.
En ese momento, en el que los mercaderes transitaban de una región a otra, ya se organizaban grupos para que, en caso de una emboscada u otra eventualidad, los gastos de la pérdida se repartieran entre todos los integrantes y, así, el afectado no sufría una tragedia.
Juan Carlos Hernández Acosta lo explica de manera sencilla: los seguros son una manera ordenada de enfrentar las eventualidades. Menciona que esta industria es muy compleja, pero, básicamente, se dedica a medir el riesgo, calcularlo y prever lo que va a ocurrir bajo las leyes de la probabilidad y estadística.
Es importante mencionar que existen eventos catastróficos, también llamados “cisnes negros”, que no están considerados (la pandemia, por ejemplo), y que conllevan afectaciones muy graves. A excepción de ellos, las aseguradoras calculan matemáticamente qué es lo que va a ocurrir y cuánto dinero costaría repararlo o compensarlo y, con base en ello, cobrar la prima. “Nosotros, como individuos, tomamos decisiones con base en nuestras percepciones; las aseguradoras, a grandes rasgos, lo hacen con una fórmula de frecuencia por severidad, agregan sus costos operativos, gastos de distribución, calculan la utilidad, y así obtienen el costo del seguro”.
EL FUTURO
El líder de producto de bruno considera que el futuro de las aseguradoras es romper los paradigmas que se tienen sobre el sector en Latinoamérica. “Te sorprenderías de la brecha que existe entre economías altamente desarrolladas: el 80% de los seguros que se venden en el mundo, se venden en Estados Unidos. En México, la aportación de los seguros al Producto Interno Bruto no alcanza el 3%; en economías desarrolladas, ronda el 8 por ciento”. Los paradigmas, menciona, se romperían con un canal para audiencias más jóvenes, transmitir la garantía de que se cumplirá lo que se establece el contrato, y generar o retomar la confianza y transparencia que se le debe al usuario. “Se necesita un canal para transmitir la información de una manera atractiva, que sea sencilla de entender, y que la experiencia, tanto de compra como de reclamación, esté a la altura de cualquier otra industria”
A DERRIBAR PARADIGMAS
La crisis financiera de 2008 expuso la importancia que tienen las aseguradoras como pilares de la economía. Si un negocio de ese giro quiebra, puede haber repercusiones para todos los sectores de la economía. Por ello, la regulación mexicana se encargó de garantizar que todo estuviera en regla y de que la probabilidad de que una aseguradora se fuera a la quiebra sea muy baja.
La Regulación de Solvencia, entre otras cosas, mide las reservas de la aseguradora y separa las autorizaciones o permisos. “Si tú quieres constituir una aseguradora, no puedes hacer de todo: las licencias son limitadas para que te vuelvas especialista en cada uno de los sectores: autos, casas, vida, salud”, dijo Juan Carlos.
Esta regulación también contempla los conceptos de gobierno corporativo, buenas prácticas, presentación de reportes a la autoridad, entre otros. Todo lo anterior propició que se estableciera en México la Ley de Instituciones de Seguros y Finanzas, que regula todo el sector.
Por otro lado, la Ley del Contrato del Seguro establece cómo debe estructurarse la póliza para otorgar certeza al usuario; y los reglamentos anexos que incluyen las normas de operación de cada una de las personas que participan dentro de la actividad: desde la desde la comercialización, los agentes, las aseguradoras y los reaseguradores. “Se regula de manera estricta, pero necesaria al final de cuentas”.
EL SEGURO DEL SEGURO
Las aseguradoras solo se quedan con una parte de tu riesgo, y venden el resto a las reaseguradoras. Guillermo Westreicher define el reaseguro como un contrato mediante el cual una compañía aseguradora transfiere total o parcialmente (usualmente, lo segundo) los riesgos asumidos por pólizas otorgadas. Esto, a otra empresa denominada reaseguradora (o reasegurador) que, a cambio, recibe una parte de las primas cobradas. Sí: el seguro de un seguro.
Así, la empresa aseguradora busca reducir las posibles pérdidas de manera que, si sucede el siniestro cubierto, los costos serán menores. Muchas empresas y familias se han ido a la quiebra por problemas financieros derivados de riesgos que pudieron haber sido cubiertos con una póliza.
Tú decides: puedes asumir el riesgo de que un robo, un choque, un incendio, o una enfermedad grave te quiten tu patrimonio, o puedes asumir el riesgo de aportar dinero para una tragedia (significativamente menos del que te costaría reponerte por tus propios medios) y jamás usarlo.