La globalización transformó al mundo, pero ahora el mundo ha transformado a la globalización. El paradigma de la integración económica mundial liderada por EEUU en los últimos 40 años se ha trastocado.
Esto no quiere decir que la globalización haya desaparecido ni que vaya a desaparecer, significa que ha entrado en un proceso de transformación. Y este cambio de era representa grandes oportunidades para algunos países, como México, gracias al reacomodo que experimentan las cadenas de valor, producción y suministro. La globalización económica no es un fenómeno reciente.
La era global de 1980 a 2020 tiene antecedentes que se remontan al siglo XVI con la creación de los imperios coloniales europeos.
Anterior a la de nuestra época se desarrolló una globalización liderada por Reino Unido entre 1876 y 1916 que terminó en guerra, revoluciones, pandemia (influenza), proteccionismo, crisis económica y nacionalismo, en ese orden.
Hoy el cuadro del fin de época no es muy distinto, pero con un orden cronológico diferente: crisis, malestar social, proteccionismo, nacionalismo, pandemia y guerra. La era global estadounidense comenzó en 1980 con las reformas neoliberales que desregularizaron los mercados y abrieron las fronteras para el libre flujo de capital y mercancías.
El proceso se aceleró en los 90 con la caída del bloque comunista que permitió la incorporación a los mercados globales de trabajo y consumo de los países de la antigua órbita soviética.
El clímax de dicha era se alcanzó en el quinquenio 2000-2005 con la integración de China a la Organización Mundial del Comercio. Pero este orden global comenzó a cambiar en 2008 con la Gran Recesión, producto de la desregulación excesiva de los mercados financieros que provocaron el estallido de la burbuja inmobiliaria que generó una reacción en cadena y la peor crisis económica del capitalismo. Fue el primer foco de alerta de que la globalización había llegado a su límite.
En 2014 se concretó el traslado del eje económico mundial a Asia Oriental, con China como superpotencia industrial y con el mayor Producto Interno Bruto del mundo a paridad de poder adquisitivo.
En 2017 comenzó la era del proteccionismo, con unos EEUU recelosos del crecimiento chino y un populismo nacionalista que aprovechó el descontento provocado por la desindustrialización y la pérdida de empleo que la globalización dejó al trasladar empresas y capitales al otro lado del planeta.
En 2020 la pandemia (Covid-19) paralizó al mundo y trastornó las cadenas globales de producción y suministros que habían sido creadas en la época dorada de la integración económica. En 2022 estalló la guerra en Ucrania, conflicto regional de implicaciones internacionales que ha agravado la crisis post-pandemia y ha desconectado parcialmente a la inmensa Rusia del mercado global.
Esta concatenación de acontecimientos ha trastocado a la globalización, que aparece como causa a la vez que padece sus efectos. ¿Qué sigue después de la era hiperglobal que termina?
El estudio México en la fábrica de América del Norte y el nearshoring (Celso Garrido, Cepal, 2022) vislumbra tres rutas posibles: a) una nueva globalización, con un relanzamiento de las cadenas mundiales de valor, producción y suministro; b) una globalización más lenta, con menos interacciones internacionales e integraciones menos profundas, o c) una desglobalización, es decir, meter reversa a la integración global. De las tres vías, la que se asoma hoy con mayores probabilidades de concretarse es la ralentización con algunos rasgos de relanzamiento.
EEUU está redefiniendo la globalización. Desde 2017 aplica medidas encaminadas a disminuir su dependencia con China y, de paso, tratar de frenar el ascenso de este país: guerra comercial y tecnológica, proteccionismo e integración económica de Norteamérica.
Estados Unidos impulsa una relocalización (reshoring) de sus cadenas globales de producción y suministro (farshoring) para reconstruir sus cadenas nacionales (onshoring) y crear o fortalecer las regionales (nearshoring).
El nearshoring representa para Estados Unidos menos riesgo geopolítico, cadenas más cortas y manejables, cercanía con su mercado y un costo de transporte más bajo. En este contexto México tiene oportunidades gracias a su cercanía con Estados Unidos, sus ventajas competitivas y su integración vía el TMEC a la gran región de Norteamérica que compite con los otros dos grandes mercados regionales que se están fortaleciendo: Europa y Asia Oriental. De las ventajas y retos para México hablaremos en la próxima entrega.