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noviembre 21, 2024

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Juan Francisco Ochoa, con la fórmula ganadora

A sus 80 años, Juan Francisco Ochoa Zazueta tiene la energía de un joven y la sabiduría de quien hace casi 50 años creó una marca emblemática: El Pollo Loco, la primera cadena restaurantera que cruzó de México a Estados Unidos.

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Después de tres mujeres, Juan Francisco Ochoa fue el primer varón que recibieron Conchita Zazueta y Enrique Ochoa; luego llegaron ocho hijos más. Por algún tiempo, ese niño se convirtió en un compañero para el padre, un hábil comerciante.

La mala fortuna los golpeó en 1958, cuando una inundación arrasó con muchos negocios en Guasave, entre ellos la tienda de muebles de la familia. Quedaron en la ruina.  

“Juan Francisco, necesito que me ayudes, ¡son 12 hijos!”, suplicó el padre. Fue así como el muchacho de 14 años no volvió a la escuela secundaria y se puso a trabajar junto a él. 

Muchas lecciones le aprendió, como el honor, la bondad y, sobre todo, el respeto.

Juan Francisco Ochoa
Juan Francisco Ochoa

“Así sea el más encumbrado político, el más importante empresario o el más humilde jornalero. Tienes que respetarlos exactamente igual, porque todos somos hijos de Dios y ante Dios, somos iguales. Eso me lo decía constantemente. Yo se lo digo a mis hijos y ahora a mis nietos también”, añade.

Hace tiempo, mientras daba una plática en una universidad privada, un joven le dijo que quería ser como él, porque no le gusta estudiar, y le pidió un consejo.

“Si vas a trabajar con Enrique Ochoa, sí te lo recomiendo”, le contestó. 

Si hubiera estudiado, probablemente habría sido ingeniero, porque de niño soñaba con construir carreteras, edificios y puentes,  dice Juan Francisco,  nacido en Bacayopa, Sinaloa.

Al tiempo, sus hermanos salieron de Guasave para estudiar sus carreras, menos él, quien se volvió comerciante. A finales de 1968 se casó con Flérida Inzunza, su compañera hasta el día de hoy. En ese momento, no imaginaba que algo grande le aguardaba en su terruño. 

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SAZÓN GENEROSA

 “Esta casa no es restaurante”, suelen decir muchas madres, no así la de Juan Francisco. Ahí sí se cumplían los antojos no solo de los hijos, sino también de los sobrinos e invitados.

“Era muy consentidora, nos daba de comer lo que pedía cada quien”, recuerda.

Pero no solo eso. En cada casa y ciudad donde vivieron sus papás, ya sea debajo de un árbol, en la banqueta o en la cochera, siempre había gente afuera, a la que su madre alimentaba. 

“Lo vi toda la vida y lo vi como algo normal”, dice al recordar a doña Conchita, quien murió a los 95 años.

A él también le gustaba cocinar. Cuando era niño, arrimaba un cajón para alcanzar la estufa y colocaba un poco de manteca de puerco en un sartén, para calentar tortillas.  Entonces vertía un poco de tomate Del Fuerte y queso rallado, para hacer unas entomatadas.

“Lo hacía muy seguido, para mí y para mis amiguitos. Tuve una infancia y una vida muy bonita, hasta la fecha. He sido muy afortunado, Dios ha sido bueno conmigo. Cuando voy a la iglesia, más que a pedir, voy a darle las gracias por todo lo que me ha dado a mí y a mi familia, sobre todo salud, que es lo más importante”, dice.

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OPORTUNIDAD A LA VISTA

Ya casado y con tres hijos, Juan Francisco trabajó por temporadas en Estados Unidos, lo mismo de jardinero que en el hipódromo o despachando gasolina. Luego se hizo de una zapatería, que su esposa atendía, mientras él vendía autos de la Chevrolet. 

“Si un día se te presenta una oportunidad, agárrala con las dos manos”, le decía su padre. Esa frase le resonó a finales de 1974, cuando al tener visita en su casa, fue a comprar la cena a Pollos Asados Boulevard, un restaurante nuevo.

Eran las 8 de la noche y el dueño le dijo que ya estaban todos vendidos. ”Yo nada más vendo 100 pollos al día”, agregó. No tuvo más remedio que ir por unos tacos. Días después, la escena se repitió.

“Llegó una hermana de mi esposa y su familia. Le dije a Flérida, “ahorita vengo, voy por cuatro pollos”. Eran como las 6 de la tarde y cuando llegué, ya estaban apagando el carbón. Me enojé porque quería presumir lo que estaba de moda”, señala.

El propietario del negocio lo encaró: “mira, Panchito, ya te dije el otro día que yo vendo 100 pollos nada más, yo no soy esclavo de ustedes. El que alcanzó, alcanzó, y el que no, no”.

Dice que en ese momento, escuchó una campanada en su interior y una voz que le decía: “Pancho, los pollos que él no quiere vender, los vas a vender tú”.

Regreso a casa otra vez con tacos y con una idea temeraria: “mañana no abras la zapatería. Voy a vender todo el calzado, ahora venderé pollos”, le dijo a su esposa.

Vendió todo el calzado en 30 mil pesos y le dio la mitad a su esposa. Tres semanas después, el lunes 6 de enero de 1975, abrió en Guasave la primera sucursal de El Pollo Loco. Con su esposa en la caja, don Chicho en el asador y su cuñado Patricio como mesero, comenzó la aventura. 

RECETA DE MAMÁ

Además de gran conversador, Juan Francisco transpira humildad. Seguro ese rasgo le hizo escuchar al pintor que se negó a hacer el letrero de “El Rico Pollo”, nombre que originalmente había pensado para su restaurante, y le sugirió el que todos conocemos.

También hizo caso a su parrillero, quien le recomendó hacer un marinado para quitarle al pollo el olor y sabor a “pluma mojada”. Si la competencia sólo sazonaba con sal y pimienta, ellos lo harían diferente.

Fue entonces cuando recordó el “menjurje” con el que su mamá preparaba la pierna de puerco rellena y corrió a pedirle la receta. Por tres días hicieron pruebas, hasta que dieron con la fórmula que permanece hoy en día.

“Conquistaré al mundo con este sabor”, se le oyó decir.

Pollo asado, tortillas y una salsa roja era el sencillo menú que de inmediato atrapó a los guasavenses. Fácil no fue. Los primeros cinco años fueron agotadores, sobre todo por mantener un estándar de calidad.

Eso sí, antes de la hora de apertura, ya había fila de espera para comprar. Les estaba yendo tan bien que Juan Francisco invitó a su hermanos a replicar la fórmula en las ciudades donde vivían. 

El primero que respondió fue Jaime, quien abrió una sucursal en San Luis Potosí, y luego Jorge Humberto, en Morelia. Armida vendió sus 10 hectáreas de limones para abrir en Guadalajara y Lupita hizo lo propio en Mexicali. Así, uno a uno, todos se integraron a la expansión.

Ya con una marca registrada, convocó a más parientes y amigos, sin otro interés que el de expandir sus dominios. Para finales de 1979 ya había 85 restaurantes de El Pollo Loco en 20 ciudades del norte del país. No fue hasta 1990, cuando se constituyó un modelo formal, que comenzó con el cobro de regalías, excepto a sus hermanos.

Muchos desertaron entonces. Uno de ellos fue Antonio de la Rocha, quien prefirió cambiarle el nombre a su restaurante y creó Pollo Feliz. Y aunque otros han intentado copiar la fórmula del marinado, que se fabrica en una planta desde 1979, no lo consiguen.

“Igual un día les sale más o menos y otros no. Una milésima que le muevan y ya no funciona”, dice.

Mantener la calidad es la regla de oro. Pollo fresco, nunca congelado, con un peso determinado y un tiempo cronometrado en parrillas que se fabrican en exclusiva para El Pollo Loco.

“Un pollo que tarda una hora en cocinarse, que por comodidad le bajan a la lumbre, se desjuga, queda como zacate seco. No es fácil, por eso la competencia arranca muy fuerte, hacen unos palacios, y al ratito, nomás no”, dice. 
Tradicional Pollo Loco con totopos, salsa roja y verde
Tradicional Pollo Loco con totopos, salsa roja y verde

NUEVOS HORIZONTES

La ruta internacional de El Pollo Loco comenzó en 1980, cuando abrió la primera sucursal en Los Ángeles, California, en sociedad con su hermano Jaime, su amigo de la infancia Humberto Gálvez y Hugo Martínez como inversionista.

“Como la competencia allá estaba fuerte, empezamos a meter otras cositas, como frijoles charros y ensalada de papa, y a ofrecer combos”, recuerda. 

Tres años después, en medio de una severa crisis económica, Denny ‘s adquirió el derecho de explotar la marca en Estados Unidos, y posteriormente en Japón, Filipinas y Malasia y Singapur. Hoy cuentan con cerca de 500 unidades en Arizona, California, Nevada, Texas, Utah y Louisiana.

Juan Francisco Ochoa se sacó la espina de emprender en Estados Unidos al crear Taco Palenque en 1987, para ofrecer auténtica comida mexicana en un concepto 24/7, y Palenque Grill en 2005, en sociedad con su hijo Carlos. 

EXPANSIÓN DEL NEGOCIO

El Pollo Loco llegó a Monterrey en 1980. Acá vivían sus hermanos Jesús Enrique y José.

“Las autoridades nos dieron muy buen recibimiento, mucho apoyo, pero sobre todo la gente, que lo tomaron como propio. Muchos creen que nació aquí”, dice.

Y el afecto fue mutuo, no por nada, desde 1984, establecieron aquí las oficinas generales y la fábrica del marinado.

Fue el año que los Ochoa Inzunza se mudaron a Monterrey, donde nació José, el sexto y último hijo, el único que estudió la carrera de gastronomía, aunque todos están involucrados en el negocio, igual que las dos nietas mayores.

“Los otros 16 nietos ya están en la fila. Los chiquitos van a los negocios y nos ayudan los fines de semana a picar tomate y cebolla. Ellos hacen como que trabajan y nosotros hacemos como que les pagamos, así es como se criaron mis hijos y así es como estamos motivando a los nietos”, cuenta el empresario, a quien sus nietos llaman Pancho, Panchito o Pancholín.

Si algo conmueve a Juan Francisco, es que casi más de medio siglo después, la familia siga unida alrededor de un negocio que ha prosperado a niveles insospechados.

“Mientras siga siendo familiar, mantendrá el alma y el corazón”, dice. 

Si algo le ha enseñado este negocio,  es que cuando se quiere hacer algo, y se hace bien, se triunfa y se sale adelante. 

“Es como un hijo, al que adoro”, agrega.

Por ahora no piensa en el retiro. 

“¿Qué voy a hacer?, ¡esto es mi vida, lo disfruto!”. 

Sí, hay muchos planes todavía. La fórmula ganadora, con la que conquistó al mundo, es suya

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