No tengo idea de cuánto gano… ni cuánto debo, y, para acabarla, me parece que tampoco sé en dónde está realmente mi dinero”. Esas eran las palabras dibujadas en mi rostro cuando crucé la puerta de Roistom por primera vez.
Es verdad. Nadie nos enseña a ser emprendedores; mucho menos a ser “de los exitosos”; en suma, muchos de quienes estamos en esto de “ser nuestros propios jefes” estamos donde estamos casi de milagro.
En el caso de mi empresa, desde el inicio contamos con la fortuna de “tener mucho trabajo”. Funcionó muy bien, pero solo un tiempo. La mayoría de nuestros clientes eran recomendados, y yo creí que solo teníamos que preocuparnos por quedar bien en tiempos y
que el resto sería miel sobre hojuelas.
Nuestro contador de ese tiempo “cumplía cabalmente con sus obligaciones”. Mes a mes me esperaba puntual en mi correo la liga para el pago de impuestos y, salvo una que otra aclaración, estaba contento con su trabajo. Hablábamos poco, la “chamba” parecía suficiente y éramos felices.
Después, las recomendaciones aumentaron, el trabajo creció, mis horas de oficina eran más, mis ingresos personales parecían ir arriba… pero, por alguna razón, al pensar en inversiones fuertes teníamos que detenernos pues, aunque todo lucía bien, la empresa llegaba apenas a su fin de mes.
Luego, sí, llegó el covid y nuestra racha ganadora nos mostró otra cara. Los clientes, aunque fieles y ávidos por seguir con nosotros, tardaban cada vez más en solicitar
nuevos servicios.
Los primeros meses surfeamos la ola con cierta eficacia. Después, pareció que quien se había contagiado era la empresa misma. El oxígeno comenzó a faltarle. Cierto, contábamos con ahorros (sí, con “mis” ahorros) que nos ayudaron a caminar aguantando la respiración.
Pronto, dejé pendientes remodelaciones en casa y nos vimos en la necesidad de cambiar a los niños de colegio. Se fue el terreno de Tapalpa —y quien aprovechó la ganga aún debe estar riéndose de mí.
Platicando con un cliente sobre todo esto, me dice: “Ni modo, otro año sin aumento para el sueldo del patrón”. Respondí con sonrisa nerviosa: “¿Del patrón?” Y lo que recibí enseguida fue una lección importantísima que se resumía así: 1) Como dueño, es necesario asignarse un salario personal que no comprometa el orden económico de la empresa. 2) Que eso lo aprendió de su contador. 3) Que ese era uno de los tantos consejos con él que habían llevado a su compañía, no solo a sobrevivir la pandemia, sino a experimentar un crecimiento durante ella. La plática fue hace ocho meses, el mismo tiempo que tengo de trabajar con el despacho que me recomendó mi cliente.
Estar con Roistom ha sido lo mejor que nos ha pasado después de nuestra inauguración y de lograr la primera facturación de un millón mensual.
En Roistom aprendí que un contador puede ser dos cosas: o bien, alguien preparado para decirte cuánto le debes al SAT, o mejor, ser uno de los componentes más estratégicos para el crecimiento de tu compañía.
Lo primero que hicieron fue mostrarme claramente dónde estaba parado: cuánto
generábamos al mes, con cuánto contábamos realmente después de deudas, qué debía hacer para evitar fugas y, lo mejor, qué piezas podía mover para ganar más. Esto se resume en algo llamado “Estado Financiero” y, por lo que ahora sé, leer ese documento debe ser el mandamiento número uno de todo patrón, emprendimiento, negocio o changarro.
Hoy, tras estos meses de información con Roistom, educación financiera, orden y control, puedo decir que volvemos a ver la luz al final de la pandemia. Estamos en una posición que luego de casi diez años de operaciones no pensé que podríamos lograr.
Como punto final puedo compartirte confiadamente mi conclusión: Si tu contador solo te contacta para enviarte el cobro de impuestos, no trabaja para ti, sino para
el SAT y tú eres su proveedor de capital.
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