Por Dr. Abraham Mendoza Andrade, Vicerrector General de Investigación de la Universidad Panamericana
Recientemente, mientras leía un libro del Dr. Alfonso Sánchez Tabernero, me tropecé con la frase “El precio que pagamos cuando nos olvidamos de nuestra historia es alto”. Esto me lleva a preguntarme hasta dónde el gobierno y algunos sectores sociales podrían haber olvidado la significancia histórica que reviste la institución universitaria, como una de las instituciones más influyentes a lo largo de la historia.
Las universidades han sido durante mucho tiempo un pilar fundamental en el desarrollo científico y tecnológico de las naciones. Su contribución no se limita exclusivamente a la transmisión de unos ciertos conocimientos a los estudiantes, sino que tiene un papel fundamental en la investigación científica, la innovación y la formación de recursos humanos altamente capacitados.
Las universidades generan conocimiento de punta a través de la investigación, estudiando temas de interés nacional e internacional, abordando problemas complejos y generando nuevo conocimiento. Los resultados de estas investigaciones no solo abonan a la comprensión científica, sino que también tienen aportaciones que impulsan el desarrollo tecnológico y, en general, la búsqueda de una mejor sociedad.
En este sentido, el desarrollo científico y tecnológico que han alcanzado algunos países se debe, en parte, al compromiso del Estado por crear las condiciones favorables para el fortalecimiento de las instituciones de investigación científica a través de subsidios, becas para la formación de científicos, programas de fomento a la investigación básica, etc.
A pesar de haber establecido instituciones históricamente relevantes en materia de ciencia y tecnología, en nuestro país ha faltado una política de estado coherente y consistente que reconozca apropiadamente la contribución de las universidades en este ámbito. Además, el papel de las instituciones privadas en el entorno educativo y de ciencia y tecnología del país aún no ha sido debidamente apreciado.
Un ejemplo de esto se puede observar en la producción científica de México. En 2003, las instituciones privadas contribuían solo con un 4% del total de dicha producción. Sin embargo, esta contribución ha experimentado un notable aumento, llegando al 13% en 2022.
También, el impacto de esta producción ha aumentado en un 50%, en contraste con la producción de instituciones públicas, que ha permanecido igual durante dos décadas y, en 2023, se sitúa por debajo del impacto de las entidades privadas.
Por consiguiente, es esencial que las políticas públicas reconozcan la colaboración entre ambos sectores y fomenten el apoyo y los incentivos para lograr un crecimiento y un impacto científico más significativo tanto en México como a nivel global.
Gran parte de la innovación generada en México proviene de las alianzas que las universidades, públicas y privadas, y centros de investigación han construido con la industria. Las empresas colaboran con instituciones académicas para aprovechar su expertise y conocimientos para la resolución de problemas específicos.
Esto no solo acelera el proceso de innovación, sino que también permite a las universidades obtener financiamiento para la investigación. Estas colaboraciones mutuamente beneficiosas crean un ecosistema donde el conocimiento fluye entre el mundo académico y el empresarial.
Un caso emblemático que ilustra esto es el reconocido “efecto Silicon Valley”. La presencia cercana de destacadas universidades como Stanford ha desempeñado un papel fundamental en el auge de la industria tecnológica en esa área. La continua interacción entre académicos, estudiantes y empresas ha propiciado el desarrollo de un ecosistema innovador y emprendedor sin igual.
Adicionalmente, las universidades desempeñan un rol esencial en la formación de profesionales altamente competentes. Los planes de estudio están meticulosamente elaborados para dotar a los estudiantes de cimientos sólidos en sus áreas de especialización, estimulando tanto su pensamiento crítico como sus habilidades de resolución de problemas.
Estos graduados no solo actúan como motores de la innovación industrial, sino que también aportan al crecimiento económico del país al atraer inversiones y generar empleos de alta cualificación.
Aunque es vital reconocer los desafíos que enfrentan las universidades en el desarrollo científico y tecnológico de un país, no debe olvidarse su papel crucial. La colaboración entre lo público y lo privado resulta fundamental para desatar el potencial científico nacional.
Mediante investigación puntera, formación de expertos y cooperación industrial, estas instituciones impulsan el progreso en todas las esferas. A pesar de obstáculos como una política pública consistente, el financiamiento insuficiente y la necesidad de actualización constante, la capacidad de la universidad para generar conocimiento y promover innovación continúa siendo un motor esencial para el avance global.
Ojalá que no nos olvidemos de nuestra historia y permitamos que la institución universitaria cumpla su misión en beneficio del desarrollo de nuestro país.