Laura Hernández Muñoz
Autora de: Personajes de Guadalajara de todos los tiempos.
Al conocerse la victoria insurgente en Guadalajara, el Obispo Ruiz de Cabañas salió de la ciudad junto con doscientos tapatíos rumbo al puerto de San Blas. José Antonio entró por la garita de Mexicaltzingo el 11 de noviembre de 1810. La gente lo aclamaba como libertador, y admiraban lo ordenado de sus tropas.
De inmediato, José Antonio escribió al general Allende y a don Miguel Hidalgo dándoles la noticia de haber tomado Guadalajara, sin disparar un solo tiro. El día 19 citó a una junta de vecinos para organizar el gobierno que habían puesto en sus manos. Por orden de don Miguel Hidalgo decomisó los bienes de los españoles; una comisión designada por el Ayuntamiento llevó nota de cuánto y a quién se le embargó.
Don Miguel Hidalgo entró por la garita de San Pedro y llegó a Guadalajara el día 26; la gente se arremolinaba para verlo; él llegó en un carruaje destapado, detrás venía el «Amo» montado a caballo junto con sus mejores hombres; recorrieron la calle de San Francisco (avenida 16 de septiembre) hasta la catedral donde hubo un Te Deum en su honor.
Al llegar el general don Ignacio Allende, comenzaron a entrenar a las tropas. Los triunfos insurgentes estaban haciendo temblar al gobierno español y enviaron a sus mejores ejércitos comandados por Félix María Calleja y el Conde de la Cadena, a buscarlos. Cuando se conoció el número de soldados que éstos traían los generales opinaron salir de Guadalajara y no enfrentarlos, pero Hidalgo, que era muy terco ordenó ir al puente de Calderón, y ahí esperarlos. El 14 de enero de 1811 salieron las tropas insurgentes de Guadalajara divididas en tres ejércitos: el primero comandado por Ignacio Allende, el segundo por don Miguel Hidalgo y el tercero, que llevaba las municiones y el dinero lo confiaron al «Amo» Torres.
Al llegar, las tropas de Calleja ya estaban acampadas al otro lado del puente. Los insurgentes se quedaron en la loma donde avistaban todo el campo. Al día siguiente muy temprano comenzó la batalla, las tropas de Hidalgo, bien colocadas comenzaron a dominar, y cuando ya los habían hecho correr, una granada cayó en la carreta de las municiones haciéndola estallar con gran estruendo, los insurgentes corrieron despavoridos, momento que aprovecharon los españoles para matarlos a casi todos. José Antonio Torres siguió luchando mientras Hidalgo, Allende y Aldama escapaban; fue el último en abandonar el campo salvando la carreta con el dinero.
Los insurgentes que quedaron se reunieron con Hidalgo en Pabellón, Aguascalientes, ahí el «Amo» entregó el dinero. Con el poco ejército leal que tenía, continuó luchando. El 4 de abril de 1812, en Palo Alto, cerca de Tupátaro, después de combatir fuertemente fue hecho prisionero y lo llevaron a Guadalajara donde lo esperaba su gran enemigo, el general José de la Cruz. Entró por la garita de Mexicaltzingo el 11 de mayo, iba en una carreta atado de pies y manos y con una herida profunda en el brazo. La gente lloraba en silencio al verlo. Fue condenado a morir como traidor al rey y a la patria, en la plaza de Venegas (a un costado de la iglesia de la Merced y del mercado.