La carrera tecnológica llega a ser abrumadora. Todavía no terminas de entender todas las funcionalidades de tu último smartphone cuando ya quedó obsoleto, aún no terminas de aplicar el “design thinking” a tu empresa cuando ahora hay que “pensar disruptivo”; la lista de teorías, ideas y tendencias que nos envuelven con la idea de la innovación como un deber ser para toda empresa que desea trascender es tan larga como el deseo de ser (o al menos parecer) una propuesta de vanguardia.
La primera pregunta que debemos hacer al momento de caer en la tentación de la innovación es: ¿para qué queremos innovar?, si en las respuestas hay razones como: porque todos lo hacen o porque si no lo haces tú, otro lo hará, puede ser que no vayas por el camino correcto.
El faro que guía el camino hacia la innovación tiene un nombre claro: rentabilidad.
La innovación entendida como el proceso que permite satisfacer la necesidad de un usuario a través de una aportación de valor que genere rentabilidad es la única que vale la pena enfrentar. Las preguntas que permiten saber si un proceso innovador aportará a la rentabilidad son tres:
• ¿Vamos a satisfacer una necesidad del usuario aportando valor? Hablo de una necesidad real, manifiesta por el usuario y no una de esas cosas que los emprendedores imaginamos que otros necesitan, quieren o se mueren por tener.
• ¿Existe la posibilidad técnica – tecnológica de satisfacer esa necesidad a través de nuestros procesos? Es importante saber que eso que imaginamos sea posible o que estemos dispuestos a invertir lo necesario para que lo sea.
• ¿Hay alguien dispuesto a pagar por esa solución? Todo proceso innovador debe estar respaldado en una posibilidad real de monetización.
Una vez resuelto que la idea en cuestión satisface una necesidad real, es posible y monetizable, entonces hablamos de un proyecto que tiene el potencial de generar rentabilidad y, por lo tanto, vale la pena enfrentarlo. De lo contrario, no tiene mucha esperanza de trascender de una idea novedosa a un proyecto innovador.
Además, el contexto debe ser considerado para que la fórmula caiga en terreno fértil: la economía, las tendencias, la regulación, la política o el cada vez más preocupante estado ambiental son factores que pueden determinar el éxito o el fracaso de un proyecto innovador.
En un momento donde todo nos impulsa y motiva a innovar, no podemos perder de vista el enfoque a la rentabilidad para así asegurar que caminaremos el sendero de la innovación y no solo andaremos por ahí de novedosos.
Dialoguemos sobre ideas innovadoras.
Por Diana Cecilia Torres Álvarez
Especialista en Estrategia de Comunicación, Innovación
y Plataformas Digitales | Fundadora y directora de Grupo Punto|www.grupopunto.net | dtorres@grupopunto.net | Instragram y Twitter @dyanatorres