La poesía: un asunto de honor – Por Dolores Tapia

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Por Dolores Tapia, Directora y gestora cultural

En abril de este año llegué al Instituto Cervantes, en la ciudad de Madrid, buscando al hispanista Ian Gibson, el autor de “Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca”, una obra que vio primero la luz en Inglaterra -debido a la censura española- y que no fue sino hasta 1998 que pudo leerse en la península ibérica.

Sin miedo y después de años intensos de profunda -y a veces dolorosa- investigación, Gibson pugnó por que se hablase de la Guerra Civil, del franquismo y de la represión en Granada, con verdad.

– Vine desde México a buscarte, le dije.

Él abrió sus ojos azules para decirme consternado.

– Lorca hubiera amado México, estoy seguro, pero se fue a Granada y después vino la tragedia.

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Durante nuestra primera conversación, hablamos sobre la necesidad social de poner sobre la mesa, la poesía en todos los rincones del planeta.

“Va tan de prisa todo”, me dice, “para leer poesía se necesita silencio”, agrega con pesar. “Hoy la gente aquí tampoco sabe de la guerra ni quién fue Franco, no se sabe nada de la represión”.

Gibson es un hombre vehemente, comprometido moralmente con recuperar la memoria de Federico García Lorca a través del estudio de su vida, obra y también de su muerte, la cual aún hoy -a 88 años de distancia- sigue siendo un misterio.

Le hablo de Pablo Neruda, otro gran poeta, a quien Lorca en secreto le leyó los legendarios “Sonetos del Amor Oscuro”, en Madrid, antes de marchar hacia Granada en 1936 y encontrarse con sus asesinos.
Cuando Federico murió, los sonetos desaparecieron.

En 1964, según palabras de Luis María Anson (actual miembro de la Real Academia Española), Neruda le habló en Chile, y por primera vez, de los “treinta y dos sonetos de una belleza increíble”, que hasta entonces eran una leyenda o la imaginación de unos cuantos -como Vicente Aleixandre o Pepín Bello- quienes decían que el poeta se los había leído.

Matilde Urrutia -luego viuda de Neruda- volvió a tocar el tema años después y para los años 80 la familia del granadino -en el exilio- negaba la existencia de tales obras. Sin embargo, en 1983 llegaron a los buzones y domicilios de amigos y estudiosos de Lorca en todo Madrid -entre ellos Gibson- los famosos sonetos, esto, por supuesto, de manera anónima. La familia del poeta tuvo que retractarse y para 1984, ya con el apoyo de los García Lorca, el trabajo de Luis María Anson y García-Posada se publicaron en el periódico ABC los once “Sonetos del Amor Oscuro” que se conocen hasta hoy.

-¿Dónde está la honorabilidad de hoy en día?, le pregunto a Gibson.

Qué vehemencia tienes, me responde.

Dónde se encuentra hoy esa honorabilidad humana, arraigada en el corazón de hombre justo, para ir a buscar hasta el último rincón de la tierra los poemas más bellos escritos hasta entonces, en lengua española. Lorca escribió una obra lírica, profunda y amorosa que fue escondida décadas, ¡décadas enteras! por puro miedo.

¿No es eso de lo que lo que deberíamos estar hablando hoy en día? El miedo al amor, el miedo a la verdad, el miedo a la palabra de Lorca, el miedo a la palabra de todos.

Cómo entonces no dimensionar el poder de la poesía como centro de todo. Las historias, la narrativa, la ciencia, la astronomía, el teatro… merecen la pena por la poesía que contienen.

Lorca por eso merece la pena. Wajdi Mouwadad por eso… merece la pena. Mircea Cartarescu por eso… merece la pena. Neruda por eso… merece la pena. Cierro con las palabras del enorme Luis Rosales, Premio Cervantes, entrañable amigo de Lorca quien escribía en 2009 “El náufrago metódico”:

Como el náufrago metódico que contase las olas

que faltan para morir,

y las contase, y las volviese a contar, para evitar

errores, hasta la última,

hasta aquella que tiene la estatura de un niño

y le besa y le cubre la frente,

así he vivido yo con una vaga prudencia de

caballo de cartón en el baño,

sabiendo que jamás me he equivocado en nada,

sino en las cosas que yo más quería.

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