Hay vidas que parecen contener la historia de una ciudad. En Torreón, la de Don Eduardo Murra es una de ellas.
A sus 83 años, su vida es la de Presidente del Consejo de Administración de Cimaco, pero al margen de su función, su estilo no se define por las cifras, las sucursales ni los balances de la compañía, sino por una idea sencilla que lo ha acompañado toda la vida.
“En los negocios, lo esencial es aprender a escuchar al cliente, pues un empresario debe saber comprar lo que se requiere e irse adaptando a los cambios”, dice.
Y, a su modo, sus negocios los hace con la serenidad de quien ha dedicado seis décadas a caminar entre pasillos, revisar vitrinas y asegurarse de que cada espacio de una tienda invite a quedarse.
Por ello, su biografía es también la de una empresa emblemática, que este 2025 se acerca a su 95 aniversario y comienza a soñar con un centenario que la confirma como un referente nacional del comercio.
Don Eduardo Murra y su infancia marcada por el oficio
Don Eduardo Murra creció en un hogar en el que el comercio no era un trabajo, sino un modo de entender la vida.
Su abuelo llegó a México desde Palestina en 1908, huyendo de un futuro incierto bajo dominio turco.
En Torreón, su familia encontró refugio, y muy pronto el comercio se convirtió en la herramienta para sostenerse.
Pero, aun más, este espíritu migrante fue la raíz de una enseñanza que se transmitió de generación en generación, interpretándose en que adaptarse es sobrevivir.
Eduardo Murra Marcos, o “Lalo”, como le dicen sus más allegados, nació en 1942.
Sus primeros recuerdos lo sitúan en la Calle Allende, a media cuadra de la Alameda, acompañando a su padre a comprar dulces después de una caminata.
Años más tarde, su familia se mudó a la Colonia Torreón Jardín, cuando ese sector era apenas un trazo en expansión.
Pero su verdadera escuela estaba en otro lugar, en los pasillos y las bodegas de Cimaco pues, como él mismo narra, le “encantaba andar en la bodega, en el taller de electrónica donde arreglaban radios y consolas”.
En aquellas tardes, entre cajas y cables, aprendió sin darse cuenta que el negocio no se conoce en la oficina, sino desde adentro. Y sobre todo, aprendió a observar y a entender que un cliente satisfecho empieza en los detalles más pequeños.

De su padre, Don Elías Murra, heredó disciplina y rigor. “Yo no hacía nada sin consultarlo, y llegó un momento en que él tampoco hacía nada sin mí”, cuenta con una mezcla de orgullo y gratitud.
Esta relación de confianza mutua, templó el carácter del joven Eduardo; primero, como hijo que aprendía, luego como socio en la toma de decisiones, pero siempre, con el ejemplo de su padre, que lo formó con la innegable idea de que “dirigir un negocio no consiste en mandar, sino en estar presente”.
Cimaco, de un local de 100 metros al rumbo del centenario
A pesar de estar por cumplir 100 años y celebrar su 95 aniversario en fechas próximas, Cimaco, la empresa que hoy preside Don Eduardo, tiene un origen modesto.
Murra Marcos cuenta que, en 1930, su tío Carlos Issa Marcos invitó a su padre a abrir una tienda en la esquina de la Avenida Juárez y la Calle Rodríguez.
El negocio se llamaba Laguna Radio Company y arrancó en un local de 100 metros cuadrados, con dos empleadas, vendiendo radios en plena época de auge.
El capital inicial fue de 2 mil 500 pesos; su tío aportó todo, y Elías, padre de don Eduardo, pagó la mitad con utilidades.
Pronto llegaron las estufas, refrigeradores y refacciones, como una necesidad de ampliar y reinventar el negocio, por lo que, para 1938, su nombre cambió a Compañía Comercial Cimaco, y en 1948 inauguró su sede central en Avenida Hidalgo y Ramón Corona, la misma que hasta hoy sigue en pie.

En su memoria, habita por ejemplo la inauguración de aquel edificio matriz en 1948. “Tenía seis años, me pasó mi mamá en coche por afuera. No invitaron mujeres, eran otros tiempos… pero yo recuerdo perfecto ese día”, dice.
En todo momento, los recuerdos no lo abandonan; entre ellos, el de la expansión de la manzana completa, la conversión a tienda departamental en 1986, la primera sucursal foránea en Ciudad Juárez, la apertura de Cuatro Caminos, en 2001; Saltillo, en 2007; Mazatlán, en 2013; Monclova, en 2018, y Culiacán, en 2020.
La actualidad de la compañía
Hoy, comparte Don Eduardo, Cimaco cuenta con siete tiendas, dos centros de distribución y una proyección nacional que lo mantiene como un referente del comercio departamental mexicano.
Sin embargo, su Presidente de Consejo va siempre un paso más allá y está decidido a trabajar para actualizar más a la compañía con tecnología, a hacer más eficiente su página en línea y acelerar el paso, en cada escenario.
Don Eduardo Murra, un comerciante forjado en la práctica
Detrás del éxito actual, antes de asumir el timón de Cimaco, Murra Marcos se formó, también, en otros giros de los negocios familiares.
Comparte que, para ello, estudió una maestría en Administración en Nueva York y, a los 22 años, regresó para dirigir el Hotel Elvira, propiedad de su familia.
Meses después, su padre lo colocó al frente de Automotriz Lagunera, concesionaria de Chrysler, donde aprendió el oficio con intensidad.
Para ello, el joven Eduardo organizó presentaciones de modelos con artistas y banquetes, convencido de que la mejor publicidad era hacer sentir al cliente parte de un evento.
“Me acuerdo que la última presentación que hice me costó lo mismo que un coche nuevo, pero era la mejor inversión; la gente venía, veía los vehículos y se quedaba”, relata, dejando entrever su interés genuino por acompañar en todo proceso a sus clientes.
Aquel aprendizaje lo acompañó cuando, tras la separación de los negocios familiares, en 1978, dejó el sector automotriz y se incorporó de lleno a Cimaco, compañía de la que, una década después, se convirtió en su Director General y, más tarde, en su Presidente del Consejo.

Asimismo, en respeto a su historia y su visión centrada en el cliente, en Cuatro Caminos incorporó restaurantes y panaderías como parte de la experiencia, además de la tienda.
Y se marcó como un propósito especial el vivir él mismo cada experiencia, con la máxima de que “lo mejor para darse cuenta de cómo atienden al cliente, es ir como cliente”, una costumbre que, aún hoy, no abandona, pues ha vuelto común el permitirse ser observado recorriendo los pasillos de Cimaco, sentándose a comer en sus propios restaurantes o supervisando los detalles que, para él, marcan la diferencia.
Guardián de un legado
Hecho a mano por tal estilo e historia, para Don Eduardo Murra el éxito de un empresario no solo se mide en cifras, sino en la capacidad de sostener un negocio con dignidad y constancia.
“A un negocio no le puedes quitar lo que se necesite para la presentación y la comodidad”, sentencia.
Y añade que su lista de prioridades incluye lo esencial, como una buena iluminación, espacios confortables, crédito ágil y atención cercana, pero que también sabe que el comercio cambia, aunque hay principios que siempre permanecen.
Hoy, Don Eduardo sueña con una ampliación de Cuatro Caminos que implica inversiones millonarias, con abrir una tienda en Chihuahua y con celebrar el centenario de Cimaco en 2030, como una empresa moderna y sólida.

Pero, más allá de las metas, lo impulsa una idea: el cliente debe seguir siendo el centro.
Por ello, al final del repaso de su historia, cuando se le pregunta si aquel niño que miraba desfiles desde la azotea estaría orgulloso del hombre que hoy preside una de las empresas más emblemáticas de la región, Don Eduardo Murra responde con serenidad.
“La verdad, yo creo que sí. Por supuesto, uno siempre quiere algo más, pero estoy satisfecho con lo que he logrado”, dice, reiterando que un comerciante debe, irrestrictamente, aprender a escuchar al cliente y convertir esa lección en la brújula de su vida.



