En el 2020, mientras manejaba por las calles de Monterrey, Flora Gutiérrez de Rodríguez vio cómo un hombre se desvanecía sobre una banqueta. Tras detener su marcha, se acercó a él. No pidió dinero, solo comida: tenía hambre.
Hasta entonces, Flora repartía despensas en distintas parroquias del área metropolitana de Monterrey, pero ese momento le hizo comprender que no era suficiente. Hay quienes no cuentan con gas o estufa y lo que realmente necesitan es un plato de comida caliente.
Así nació Cocinando de Corazón a Corazón, como una reacción concreta ante la emergencia alimentaria que dejó la pandemia, especialmente entre las familias más vulnerables. Pero no fue un impulso aislado, sino una respuesta de fe organizada.

Desde sus inicios, esta iniciativa cuenta con el respaldo de la Arquidiócesis de Monterrey, y se articula como un apostolado de la Iglesia, con la participación comprometida de cientos de laicos. En palabras de Flora, “nació del dolor y se convirtió en esperanza”.
Hoy, cinco años después, han entregado cerca de un millón de platillos a adultos mayores, personas sin hogar, enfermos, familias en situación de pobreza extrema, niños en etapa terminal y comunidades completas que viven en las periferias urbanas.
La organización también lleva a cabo campañas temáticas: cenas navideñas, detalles para el Día de las Madres o del Niño, y hasta piñatas y dulces en las posadas parroquiales.
Una red de corazones
El comedor central de Cocinando de Corazón a Corazón, ubicado en la Colonia Mitras Centro, en un local anexo a la Parroquia de Nuestra Señora del Refugio, opera todos los días. Allí, un equipo base de 60 voluntarios cocinan, reciben y organizan la distribución de los alimentos.
Adicionalmente, hay alrededor de 200 mujeres voluntarias que cocinan desde sus casas al menos 10 platillos por semana, con insumos propios o ingredientes que se les proporcionan. A ellas se suman clubes sociales, restaurantes y comedores industriales que semanalmente preparan entre 50 y 200 raciones.
Cada platillo no solo se entrega caliente: también lleva un mensaje, una oración, una imagen sagrada. “Dios se hace presente en los pequeños detalles”, dice Flora.

Ese alimento para el alma también nutre. Lo saben por testimonios como el de un padre de familia, quien en medio de la angustia por la enfermedad de su hijo de 5 años, encontró paz al leer un mensaje escrito en el plato que recibió en el comedor: “Ten fe. No estás solo. Dios te escucha y está contigo”.
“Él nos compartió, con lágrimas en los ojos, que en ese instante sintió una paz profunda y una confianza renovada. Fue como si Dios mismo le respondiera en ese momento tan oscuro. Y gracias a Dios, a los pocos días, su hijo comenzó a mejorar y logró sanar”, cuenta Flora.
Además de la preparación y distribución de alimentos, el apostolado organiza tres bazares anuales. En ellos se venden artículos donados, en buen estado, a precios simbólicos. Lo recaudado permite comprar más insumos para continuar la operación, bajo una lógica de sostenibilidad solidaria.

Un proyecto vivo
Uno de los principales retos ha sido ampliar la red de cocineras voluntarias. “Queremos que más corazones se sumen y experimenten la transformación que produce servir”, afirma.
La invitación está abierta a todos. Hay quienes cocinan, otros donan, otros simplemente comparten el mensaje. “Aquí todos tienen un lugar para servir”, dicen.
No se requiere experiencia ni tiempo completo, solo disposición y corazón. Desde preparar un platillo, donar arroz o regalar unas horas, todo suma en esta cadena de caridad viva que demuestra que la Iglesia puede estar en movimiento, en comunidad y en la olla de una cocina.
A futuro, la organización se ha planteado metas ambiciosas: institucionalizar el comedor, construir instalaciones más funcionales y replicar el modelo en otras diócesis del País. Pero el corazón del proyecto seguirá siendo el mismo: cocinar con amor, servir con humildad y hacer presente a Dios en un plato digno, caliente y con fe.
“El hambre no siempre se ve”, advierte Flora. “Está en nuestras parroquias, en nuestras escuelas, en nuestros barrios. Es una realidad silenciosa que necesita ser vista y atendida”, asegura.
Su llamado es claro: sumar manos, corazones y talentos. “Dios necesita de nuestro sí. Recuerda que todo lo que hagas se te regresará al ciento por uno. ¡Dios no se deja ganar en generosidad!”, añade Flora.
Más allá de comida, es una ración de consuelo, dignidad y esperanza, con una certeza: servir con amor transforma realidades, une corazones y da sentido a lo cotidiano.

¿Quieres ayudar?
Comunícate al 811 080 4371 (Flora) o al
818 459 6229 (Comedor)

