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abril 18, 2024

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Apasionada del Montañismo

Marcela González

Por

Dicen que existen tres reglas del montañismo: siempre es más lejos de lo que parece, siempre es más alto de lo que parece y siempre es más difícil de lo que parece. El montañismo es una manera única y compleja de vivir la vida, interconectando el arte y el deporte. También es un estilo de vida con un patrón, no de tomar riesgos, sino de la alta valoración de la vida. Los montañistas viven de manera intensa, viajan mucho y trabajan poco.
   Marcela González ha convertido sus hobbies y gustos en una pasión: el montañismo. Siempre ha sido una persona aventurera que disfruta mucho el registrar momentos mediante videos y fotografías interesantes e impactantes, los cuales han inspirado a incontables personas.
   Lo que la ha llevado a las montañas locales más emblemáticas, como el Cerro de la Silla, La M y el Cerro de las Mitras, a los volcanes más altos de México, Pico de Orizaba e Iztaccihuatl, y a la montaña más alta del mundo fuera de Los Himalayas, Aconcagua, es la determinación, el constante entrenamiento, la fortaleza mental, la paciencia, el contar con el equipo necesario, un buen guía y por último su querido acompañante de entrenamiento, Toby.
La montañista y comunicóloga actualmente comparte sus travesías con México Desconocido.
¿Cómo surge tu pasión por el Montañismo?
La montaña siempre me ha gustado, desde que era una niña tenía el sueño de poder subir algo como el Everest o alguna otra montaña de ocho mil metros, me encantaban las películas que tenían que ver con aventura, retos y desafíos. Mis papás nos llevaban mucho de camping y a vivir experiencias en la naturaleza, íbamos a rapelear en cuevas, a jeepear, a nadar en ríos o andar en cuatrimotos. Aprovechando que vivimos en Monterrey, “La ciudad de las montañas”. Era lo máximo, podía sumergirme en paisajes casi vírgenes donde nadie había estado y todas las noches buscábamos estrellas fugaces, se volvió algo mágico y muy especial durante toda mi infancia.

Cuéntame acerca de tu trayectoria 
Después de haber estado viviendo tanto en aventuras al aire libre, se vino la inseguridad en la ciudad y eso influyó bastante, además mis papás se separaron y tuve que dejar totalmente la montaña, ya no tenía cómo ni con quien ir, apenas era solo una adolescente. Crecí, salía de fiesta y me olvidé totalmente de eso que tanto me llenaba, de aquello que me hacía sentir viva, algo me faltaba. Solo cuando podía me daba alguna escapada a caminar en Chipinque, que también es un paraíso. Después de varios años, ya en la universidad, llevé una clase de documental en mi carrera, una de las clases más importantes de producción. Resulta que di con el equipo indicado, sin ser ellos montañistas, querían grabar a alpinistas y escaladores, no dudé ni un segundo en unirme a ellos.
   Así conocí gente que practicaba este deporte, conocí personas que ya habían tocado la cumbre del planeta y amigos escaladores de otras partes de México. Me identifiqué indiscutiblemente con todos ellos, en menos de un año me fui adentrando cada vez más y decidí entrenar para subir los volcanes más altos del país el año pasado. Me encanta capturar el momento, entonces siempre cargo con mi cámara a cualquier lugar que voy, para así poder compartir con la gente lo que veo y siento. Hoy, mi mejor compañero de aventuras y quien nunca falta en mis excursiones es Toby, mi perro Golden, súper activo a quien tengo que sacar a pasear, entonces siempre entrena conmigo, hasta me ayuda a encontrar el camino si me pierdo momentáneamente.
¿Cuál es el mayor reto al que te has enfrentado?
El reto que yo quería vivir al acercarme a las montañas no era más que un reto conmigo misma, quería retarme a realmente vivir en el presente, porque ahí te sumerges en el momento, en cada paso, en cada movimiento y cada respiración, entendiendo que poco a poco se alcanzan nuestras metas.
   Cada montaña me ha enseñado algo distinto y aunque llegue 20 veces a la misma cumbre, nunca subo la misma montaña. Aconcagua, la montaña más alta del mundo fuera de los Himalayas, alcanza los 6,962 metros sobre el nivel del mar (msnm) y se encuentra en Argentina, dentro de la cordillera de los Andes. Ha sido la experiencia más difícil y retadora que he vivido, sin embargo la que más aprendizajes me ha dado. Aprendí a vivir el momento y nada más, a estar presente.
¿Qué se necesita para ser un montañista?
Ganas. Nada más, todos podemos hacerlo, es cuestión de decir “sí” tanto al reto físico de entrenar, como al reto mental de aguantar y entender que todo lleva un proceso.
¿Cuál ha sido tu mejor experiencia? 
Cuando voy a las montañas me toca ver paisajes que jamás creí que vería y que pensaba que solo en películas, fotos o pinturas podría apreciarlos. Sin embargo de pronto me encuentro sumergida en estos momentos que se vuelven un paraíso; son atardeceres, amaneceres, una cama de nubes, la neblina, las estrellas, sentirte tan lejos de la cotidianidad y tan cerca del cielo, cada uno de esos momentos se vuelven mi mejor experiencia. Mis ojos no pueden creer lo que ven y mi corazón palpita de una manera inexplicable.
   Cada experiencia me deja algo diferente, y haber pasado año nuevo adentrada en el valle de la cordillera andina fue una experiencia que revivo y revivo día con día, pasar casi 20 días en esa montaña, Aconcagua, es algo que repetiría una y mil veces.
¿Qué planes tienes en el futuro?
No estoy segura exactamente de qué quiero hacer, pero sé que es importante ponerme metas y hacer todo lo que pueda para lograrlas. Sé que quiero seguir subiendo montañas, mi plan es seguir entrenando e ir a Ecuador a finales de este año a lograr otras cumbres, en especial una que se llama Chimborazo, que graciosamente es considerada las más alta del mundo en lugar del Everest, ya que es la más alejada del centro del planeta. De ser posible, me gustaría ir a los Himalayas en el 2018 o 2019, en cuanto llegue el momento indicado.

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