Alex Villarreal se define no solo como un alpinista o montañista, sino como un entusiasta de la naturaleza porque practica deportes que suceden en ésta.
Lo que ha conseguido hasta hoy en el mundo del alpinismo comenzó primero por su amor por la naturaleza, ya que desde niño creció alrededor de la cacería, la pesca y la jardinería hasta 1990 cuando decidió empezar a caminar en las montañas.
“Descubrí el otro mundo de la naturaleza, que no tenía que ver nada con la pesca ni con la cacería. Me abrió los ojos a toda esta práctica de la aventura que hizo que casi casi como un carpetazo, se quedaran atrás todos mis sueños y mis proyectos de ser un buen pescador y un buen cazador”, recuerda.
Su primera expedición a Chipinque en 1992, la hizo a sus 20 años, “Cuando yo llegué y vi la sierra hacia atrás sentí que fue la señal que estaba esperando de mi vida, que tenía que ir a buscar cosas más allá”, explica.
Desde ahí empezó a ir mucho a la montaña hasta que dos años después, un amigo lo invitó a escalar a la Huasteca, ya utilizando equipo técnico y subiendo en vertical.
“Esto te genera un estado de alerta y una sensación y fue donde yo me refugié, a tratar de ir rompiendo esos límites y esa sensación de terror, de sentirte vulnerable, unos segundos después sentirte completamente capaz y dueño y dar esos pasos por encima del miedo y esa sensación es adictiva”, comparte.
A finales de ese mismo año escaló el Popocatépetl y que fue ahí donde dijo “de aquí soy”. Cuando bajó, su mente y corazón ya estaban en el Everest.
Durante 1995, 1996 y 1997 Alex estuvo enfocado en su carrera profesional como Ingeniero Industrial y de Sistemas; Alex resalta que tuvo tres empleos formales antes de que su gusto por la montaña lo jalara de nuevo hasta que el proyecto del Everest se convirtió en lo principal en su vida y a lo que se dedicó completamente.
A partir de 1998 escalaba de lunes a viernes; tiempo después empezó a viajar a Sudamérica y Norteamérica hasta Alaska, preparándose para ir al monte Everest, “En 1999 regreso a México y empezó a conseguir los fondos. En el 2000 me voy al Himalaya, en 2001 regresé a otra montaña de 8 mil metros, para finalmente en 2002 ir al Everest”, menciona. Alex recuerda que a él le interesaba ir al Everest como un atleta, no como un turista, por lo que fue una expedición de 40 mil dólares, 55 días difíciles en la montaña, un compañero nepalí, y una hija de 5 meses y su esposa echándole porras desde el otro lado del mundo.
“Las peores tormentas se viven en la mente, a veces más complicadas de la vida misma y algo que a mí me ayudó mucho era que cuando yo le hablaba a mi esposa Lety todo eran risas, sonrisas y positivismo desbordante por el teléfono, era impresionante, aunque eso no implicaba que, al colgar ella podría encerrarse en el baño llorar para que no la viera nuestra hija.
Recibir esta energía positiva en cada llamada y mensaje, era esa sensación de certeza de ‘estoy en el lugar correcto’”, menciona.
Asimismo, hubo momentos muy complicados y aunque iba muy entrenado y con estado físico era de un atleta de alto desempeño ‘elite’, aun así la condición de la montaña es muy adversa y terminó con costillas rotas, problemas estomacales, “Entonces -40°C, vientos, estar mal del estómago, dolor de cabeza, que es muy continuo, y sí, lo físico es un reto”, dice.
Para Alex la clave es escalar el Everest con el corazón, mente y cuerpo, “Primero con el corazón y con la certeza de que estás en tu lugar y de que estás en tu momento; y luego se escala con la mente, con saber cuándo descansar, empujar, tomar tiempo y distancia, cuándo darle todo para adelante; luego se escala con las piernas y con el cuerpo.
Creo que estos elementos confabulados, es lo que al final te hace tener una gran expedición, con cumbre y sin cumbre, pero que salgas de ahí con la certeza y la tranquilidad de que lo que has vivido y cómo lo has vivido es algo valioso, importante en tu vida, y no sentir que perdiste el tiempo y que estas en la montaña equivocado y con el equipo equivocado”, explica.
Además, menciona que pasó por un momento en el que lo invade el miedo y pensó en desertar y volver a casa.
“Esta sensación tiene que ver con un cuate que muere en la montaña y dije ‘aquí es mi momento, no vamos a forzar las cosas’, el clima parece que no estaba colaborando, entonces me meto a mi tienda y empiezo como que a juntar las cosas y a decir como que aquí llegué y no es despedida, es un hasta pronto, voy a volver con más fuerzas, más preparado y en eso está el diario que usaba, en la contraportada está la foto de Andrea, entonces cuando abro ese diario, yo veía la foto así grande y los ojos y ‘cachetes’ más grandes que te puedas imaginar de Andrea y entonces la reflexión que me vino es ‘como le voy a explicar que me rendí y que me salí antes de tiempo’, en ese momento entendí que no era mi momento de abortar, hay que saber cómo retirarse de la montaña, a mí me estaba ganando mi tormenta interior en vez de las tormenta reales”, concluye.