Platicando con un gran amigo especialista en arquitectura sustentable, con posgrado en Australia, y conscientes del entorno del medio ambiente, nos centramos en cuestiones ambientales, tanto de la arquitectura como del derecho.
Esto es preocupante, pues el medio ambiente es un ente del que toda la humanidad se beneficia; las generaciones pasadas se han aprovechado de él, nosotros y los futuros habitantes también lo harán. Esto último únicamente si nosotros, como generación presente, tenemos la consciencia para cuidarlo y heredarlo de manera sustentable.
Desafortunadamente, en México no tenemos interés en cuidar el ambiente. Por ejemplo, en 1961 utilizábamos un tercio de nuestra biocapacidad, mientras que en el 2001 ya consumíamos 1.5 veces más.
Por otro lado, en lo que respecta a la contaminación del aire en la Ciudad de México, al día 24 de febrero de 2017 habían pasado 54 días, de los cuales sólo dos se consideraban días limpios. Además, existen pocas organizaciones ciudadanas que buscan la mejora del planeta tierra.
Al respecto, el derecho ha avanzado muy poco en este tema. Las normas son poco efectivas tratándose de las responsabilidades en materia ambiental. Por ejemplo, alrededor de 40 millones de litros de agua fueron contaminados con sulfato de cobre por la empresa minera Grupo México en el río Sonora en agosto de 2014, quedando el caso impune y con sólo 2 mil millones de pesos destinados a cubrir el daño del desastre ambiental más grande en la historia de nuestro país.
Al día de hoy, el reto es monumental, pero puede cambiar si somos conscientes de nuestro alrededor, así como de las generaciones futuras y su derecho a disfrutar de un mundo limpio. En la medida en que se adquiera mayor respeto a este tema, podremos tener mejores medidas de protección ambiental, tanto arquitectónicamente como jurídicamente.
