Por Marcela Castillo Estrada
Lic. En Psicología, Autora del libro ¡Auxilio! Somos papás
La leche materna es sin duda el alimento perfecto, siempre está disponible, no cuesta nada, está limpia, tibia y contiene la cantidad exacta de nutrientes necesarios para el crecimiento y desarrollo del lactante. Existen decenas de estudios que demuestran los beneficios de la leche materna a corto, mediano y largo plazo. Los niños alimentados con seno materno exclusivo los primeros seis meses de vida presentan menos infecciones durante la infancia, disminuye su riesgo de desarrollar diabetes u obesidad durante su vida adulta, e incluso existen estudios que encontraron un coeficiente intelectual mayor en niños alimentados con seno materno que en los alimentados con fórmula.
Uno de los mayores beneficios de la alimentación con seno materno es el vínculo que se forma entre la madre y su bebé. Al nacer, un bebé aún no tiene la vista totalmente desarrollada, por lo que no le es posible ver objetos o reconocer caras que se encuentren a una distancia mayor a 30 cm, no es ninguna casualidad entonces, que la distancia promedio entre la cara de una madre y el pecho sea de aproximadamente 25 cm, lo que le da al bebé la posibilidad de ver, reconocer y empezar a familiarizarse con su madre.
Sin embargo, existen algunos casos específicos, menos de los que comúnmente se cree, en que los que el pediatra o el ginecólogo concluyen que la lactancia materna no es viable, y ¡esto no es para cortarnos las venas! Si este es el caso, las madres deben tomarlo con serenidad y procurar que el ritual de cercanía, contacto, seguridad y amor que conlleva la alimentación materna se dé aún si la alimentación es con una fórmula de leche maternizada.
