¿Qué tan seguro estás de lo que sabes? La epistemología, la rama de la filosofía que estudia el conocimiento, se ha preguntado esto durante siglos. Hoy, la pregunta es más vigente que nunca.
Históricamente, el enfoque político, económico y social estuvo centrado en el crecimiento. Desde los Estados-nación del siglo 18 que buscaban expandir territorios, hasta las sociedades que procuraban incrementar su población. Se trataba de sumar factores de producción, ampliar mercados de consumo y generar más crecimiento económico y, en consecuencia, más riqueza.
Esto permitió alargar la expectativa de vida, mejorar los servicios de salud y —sobre todo— sacar a millones de personas de la pobreza como nunca antes. Desde luego, el camino también trajo acumulación de riqueza, desigualdad, abusos de derechos humanos y deterioro de libertades políticas. El crecimiento no siempre ha sido sinónimo de bienestar, y sus consecuencias no deben minimizarse.
El hecho es que todo eso que creíamos saber está a punto de cambiar. La base de la pirámide poblacional —es decir, los jóvenes menores de 20 años— se estrecha, mientras que la parte superior —mayores de 65— se ensancha. Vamos hacia un envejecimiento global. Se estima que para 2075 se duplicará la población mundial mayor de 65 años.
Este cambio demográfico tendrá un impacto económico considerable. Países como China, Italia, España y Japón perderán dinamismo económico únicamente por el envejecimiento poblacional.
La causa principal: la caída de la tasa de fertilidad global desde 1950. Hoy el mundo se encuentra por debajo de la tasa de reemplazo poblacional —dos hijos por mujer—. Europa y Asia están muy por debajo, con promedios cercanos a 1.5. Solo África mantiene tasas altas, aunque también en descenso. En México, según el INEGI, la tasa global de fecundidad es de 1.89 hijos por mujer en edad reproductiva (2024).
¿Qué implica esto? Menos jóvenes en el mercado laboral, mayor presión sobre salud y pensiones, crisis de natalidad y una posible desaceleración económica. Esto nos obliga a preguntarnos si la epistemología económica que hemos construido —basada en el crecimiento sostenido a partir de una población joven— sigue siendo válida. ¿No estaremos, acaso, caminando hacia una catástrofe económica con fundamentos ya obsoletos?
Es urgente replantear las políticas de retiro y productividad, además de acelerar la automatización para compensar la escasez de talento joven y reducir la presión sobre los sistemas de salud y pensiones.
Pero nada de esto será automático. Para lograrlo, México necesita seguridad y estado de derecho, una reforma educativa centrada en habilidades laborales, infraestructura moderna y políticas de inclusión efectivas para mujeres, jóvenes y adultos mayores.
También debe anticiparse con estrategias sostenibles en salud, pensiones y formación continua para adultos mayores, respaldadas por una estabilidad macroeconómica que haga viable todo lo anterior.
El problema es que, si bien tenemos un enorme potencial, éste no se materializará por inercia. México necesita hacer no solo lo que ha dejado de hacer, sino también revertir lo que se ha
destruido.
Necesitamos seguridad y estado de derecho, una reforma educativa centrada en habilidades laborales, infraestructura energética y logística moderna, políticas de inclusión efectivas (para mujeres, jóvenes y adultos mayores) y una estabilidad macroeconómica que respalde todo lo anterior.
Es momento de cuestionar la epistemología que hemos dado por sentada, con una revisión crítica basada en preguntas fundamentales: ¿sigue siendo válido lo que creíamos saber sobre el crecimiento económico? ¿Cómo cambiamos nuestra comprensión cuando cambian las condiciones del mundo? ¿Qué tanto depende nuestro futuro de ideas que ya no se sostienen? ¿Y podemos —o queremos— cuestionarlas a tiempo?
El mundo está cambiando y México no puede darse el lujo de volver a perder otra oportunidad.