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abril 23, 2024

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Lucila Sabella

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Esta hermosa frase de la inspiración del gran poeta hindú Rabindranat Tagore está inscrita en la lápida donde descansa eternamente la inolvidable soprano Lucila Sabella. Asimismo es el fiel reflejo de su vida, entregada con pasión al difícil; sin embargo, bellísimo arte del bel canto, la ópera. Nació en Santiago Papasquiaro, Durango, tierra de mineros, ganaderos y militares, pero también de grandes artistas como la soprano Fanny Anitua y el compositor Silvestre Revueltas.

Era el 26 de junio de 1927 y fue bautizada Lucila Díaz Oropeza, a los pocos años de su llegada al mundo su familia emigró a la industrial ciudad de Monterrey buscando nuevos horizontes y se establecieron en el centro de dicha ciudad. La perspicaz pequeña demostró pronto un inusual talento para cantar. Era la época dorada del radio, las estaciones tenían un variado repertorio de excelentes cantantes que ella escuchaba y memorizaba, y cada vez que podía deleitaba al vecindario con su bella voz. Uno de sus vecinos era el maestro y compositor Evodio Rivera que al escucharla se percató del potencial de su voz y le dio sus primeras lecciones formales de canto. Mientras cursaba estudios en el colegio Labastida las hermanas salesianas organizaron un concierto benéfico en Laredo, Texas y la invitaron a cantar. Al terminar su concierto causó sensación y se le tributó un prolongado aplauso y dio sus primeros autógrafos. Continuó con desbordado entusiasmo sus estudios de música y canto, y como premio a su pasión diversos empresarios de la ciudad y clubes cívicos le otorgaron una beca para ir a la vieja Europa. Cruzó el mar y llegó a Roma, ahí se inscribió en el prestigioso conservatorio de Santa Cecilia, donde perfecciona su técnica de solfeo bajo la dirección de los mejores maestros, asimismo la invitaron a dar números recitales donde demostró la belleza de su voz.

Un domingo que tenía libre sus pasos la encaminaron a la Piazza di Spagna, donde vio a un gallardo joven, militar de profesión asignado a la guardia federal encargada de la protección del Papa y la ciudad del Vaticano, de nombre Salvatore Sabella. Se enamoraron y casaron convirtiéndose en Lucila Sabella. De regreso a su amada ciudad de Monterrey se entregó con intensa pasión a su carrera profesional, dejando honda huella en la historia de la ópera, no solo de nuestra ciudad sino también a nivel nacional. Actuó en los mejores escenarios como el Teatro Florida, aquella inolvidable noche de 1960 donde un joven tenor de nombre Plácido Domingo debutó a su lado.

A esto siguió una meteórica carrera que la llevó a triunfar en el Palacio de Bellas Artes el 22 de agosto de 1971, donde recibió clamoroso aplauso. Tiempo después cantó en el alcázar del Castillo de Chapultepec. Nunca olvidó sus orígenes y dio recitales en la Plaza Zaragoza y giras por los municipios rurales llevando a numeroso público la belleza de la música operística. Un diario local publicó: “Los regios sentimos sincero orgullo por ella”, en alguna ocasión Lucila afirmó: “no puedo concebir mi vida sin la música”. La noche del 11 de junio de 1983 fallece de una embolia cerebral.

En su honor el cabildo de Monterrey le puso su nombre al quiosco central de la Plaza Zaragoza. Lucila Sabella dejó tras de sí una aureola de grandeza que el paso del tiempo no ha empañado.

 

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